7
La hierba se seca y las flores se marchitan
bajo el aliento del Señor
.
Y así sucede también con los seres humanos.
8
La hierba se seca y las flores se marchitan,
pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre».
9
¡Oh Sión, mensajera de buenas noticias,
grita desde las cimas de los montes!
Grítalo más fuerte, oh Jerusalén.
Grita y no tengas miedo.
Diles a las ciudades de Judá:
«¡Aquí viene su Dios!».
10
Sí, el Señor
Soberano viene con poder
y reinará con brazo poderoso.
Miren, él trae consigo su recompensa.
11
Alimentará su rebaño como un pastor;
llevará en sus brazos los corderos
y los mantendrá cerca de su corazón.
Guiará con delicadeza a las ovejas con crías.
12
No existe otro que se iguale al Señor
¿Quién ha sostenido los océanos en la mano?
¿Quién ha medido los cielos con los dedos?
¿Quién sabe cuánto pesa la tierra,
o ha pesado los montes y las colinas en una balanza?
13
¿Quién puede dar consejos al Espíritu del Señor
?
¿Quién sabe lo suficiente para aconsejarlo o instruirlo?
14
¿Acaso el Señor
alguna vez ha necesitado el consejo de alguien?
¿Necesita que se le instruya sobre lo que es bueno?
¿Le enseñó alguien al Señor
lo que es correcto,
o le mostró la senda de la justicia?
15
No, porque todas las naciones del mundo
no son más que un grano de arena en el desierto.
No son más que una capa de polvo
sobre la balanza.
Él levanta el mundo entero
como si fuera un grano de arena.
16
Toda la madera de los bosques del Líbano
y todos los animales del Líbano no serían suficientes
para presentar una ofrenda quemada digna de nuestro Dios.
17
Las naciones del mundo no valen nada para él.
Ante sus ojos, cuentan menos que nada,
son solo vacío y espuma.