30
Luego Isaías le dijo a Ezequías: «Esta es la prueba de que es cierto lo que digo:
»Este año ustedes solo comerán lo que crezca por sí mismo,
y el año próximo comerán lo que de eso brote.
Sin embargo, el tercer año, plantarán cultivos y los cosecharán;
cuidarán de sus viñedos y comerán de su fruto.
31
Y ustedes, los que quedan en Judá,
los que han escapado de los estragos del ataque,
echarán raíces en su propio suelo,
crecerán y prosperarán.
32
Pues desde Jerusalén se extenderá un remanente de mi pueblo,
un grupo de sobrevivientes, desde el monte Sión.
¡El ferviente compromiso del Señor
de los Ejércitos Celestiales
hará que esto suceda!».
33
»Y esto dice el Señor
acerca del rey de Asiria:
»“Sus ejércitos no entrarán en Jerusalén;
ni siquiera lanzarán una sola flecha contra ella.
No marcharán fuera de sus puertas con sus escudos
ni levantarán terraplenes contra sus murallas.
34
El rey regresará a su propia tierra
por el mismo camino por donde vino.
No entrará en esta ciudad
—dice el Señor
—.
35
Por mi propia honra y por amor a mi siervo David,
defenderé esta ciudad y la protegeré”».
36
Esa noche el ángel del Señor
fue al campamento asirio y mató a 185.000 soldados. Cuando los asirios que sobrevivieron
se despertaron a la mañana siguiente, encontraron cadáveres por todas partes.
37
Entonces Senaquerib, rey de Asiria, levantó campamento y regresó a su propia tierra. Volvió a Nínive, la capital del reino, y allí se quedó.
38
Cierto día, mientras rendía culto en el templo de su dios Nisroc, sus hijos Adramelec y Sarezer lo mataron a espada. Luego escaparon a la tierra de Ararat, y otro de sus hijos, Esar-hadón, lo sucedió en el trono de Asiria.