14
Además, tiene la autorización de los sacerdotes principales para arrestar a todos los que invocan tu nombre.
15
El Señor le dijo:
16
y le voy a mostrar cuánto debe sufrir por mi nombre.
17
Así que Ananías fue y encontró a Saulo, puso sus manos sobre él y dijo: «Hermano Saulo, el Señor Jesús, quien se te apareció en el camino, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo».
18
Al instante, algo como escamas cayó de los ojos de Saulo y recobró la vista. Luego se levantó y fue bautizado.
19
Después comió algo y recuperó las fuerzas.
Saulo en Damasco y Jerusalén
Saulo se quedó unos días con los creyentes
en Damasco.
20
Y enseguida comenzó a predicar acerca de Jesús en las sinagogas, diciendo: «¡Él es verdaderamente el Hijo de Dios!».
21
Todos los que lo oían quedaban asombrados. «¿No es este el mismo hombre que causó tantos estragos entre los seguidores de Jesús en Jerusalén? —se preguntaban—. ¿Y no llegó aquí para arrestarlos y llevarlos encadenados ante los sacerdotes principales?».
22
La predicación de Saulo se hacía cada vez más poderosa, y los judíos de Damasco no podían refutar las pruebas de que Jesús de verdad era el Mesías.
23
Poco tiempo después, unos judíos conspiraron para matarlo.
24
Día y noche vigilaban la puerta de la ciudad para poder asesinarlo, pero a Saulo se le informó acerca del complot.
25
De modo que, durante la noche, algunos de los creyentes
lo bajaron en un canasto grande por una abertura que había en la muralla de la ciudad.
26
Cuando Saulo llegó a Jerusalén, trató de reunirse con los creyentes, pero todos le tenían miedo. ¡No creían que de verdad se había convertido en un creyente!
27
Entonces Bernabé se lo llevó a los apóstoles y les contó cómo Saulo había visto al Señor en el camino a Damasco y cómo el Señor le había hablado a Saulo. También les dijo que, en Damasco, Saulo había predicado con valentía en el nombre de Jesús.
28
Así que Saulo se quedó con los apóstoles y los acompañó por toda Jerusalén, predicando con valor en el nombre del Señor.
29
Debatió con algunos judíos que hablaban griego, pero ellos trataron de matarlo.
30
Cuando los creyentes
se enteraron, lo llevaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso, su ciudad natal.
31
La iglesia, entonces, tuvo paz por toda Judea, Galilea y Samaria; se fortalecía y los creyentes vivían en el temor del Señor. Y, con la ayuda del Espíritu Santo, también creció en número.
32
Pedro sana a Eneas y resucita a Dorcas
Mientras tanto, Pedro viajaba de un lugar a otro, y descendió a visitar a los creyentes de la ciudad de Lida.
33
Allí conoció a un hombre llamado Eneas, quien estaba paralizado y postrado en cama hacía ocho años.
34
Pedro le dijo: «Eneas, ¡Jesucristo te sana! ¡Levántate y enrolla tu camilla!». Al instante, fue sanado.