4
La decisión de vender o no la propiedad fue tuya. Y, después de venderla, el dinero también era tuyo para regalarlo o no. ¿Cómo pudiste hacer algo así? ¡No nos mentiste a nosotros sino a Dios!».
5
En cuanto Ananías oyó estas palabras, cayó al suelo y murió. Todos los que se enteraron de lo sucedido quedaron aterrados.
6
Después unos muchachos se levantaron, lo envolvieron en una sábana, lo sacaron y lo enterraron.
7
Como tres horas más tarde, entró su esposa sin saber lo que había pasado.
8
Pedro le preguntó:
—¿Fue este todo el dinero que tú y tu esposo recibieron por la venta de su terreno?
—Sí —contestó ella—, ese fue el precio.
9
Y Pedro le dijo:
—¿Cómo pudieron ustedes dos siquiera pensar en conspirar para poner a prueba al Espíritu del Señor de esta manera? Los jóvenes que enterraron a tu esposo están justo afuera de la puerta, ellos también te sacarán cargando a ti.
10
Al instante, ella cayó al suelo y murió. Cuando los jóvenes entraron y vieron que estaba muerta, la sacaron y la enterraron al lado de su esposo.
11
Gran temor se apoderó de toda la iglesia y de todos los que oyeron lo que había sucedido.
12
Los apóstoles sanan a muchos
Los apóstoles hacían muchas señales milagrosas y maravillas entre la gente. Y todos los creyentes se reunían con frecuencia en el templo, en el área conocida como el Pórtico de Salomón;
13
pero nadie más se atrevía a unirse a ellos, aunque toda la gente los tenía en alta estima.
14
Sin embargo, cada vez más personas —multitudes de hombres y mujeres— creían y se acercaban al Señor.