5
Ellos saben, si quisieran admitirlo, que he sido miembro de los fariseos, la secta más estricta de nuestra religión.
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Ahora se me juzga por la esperanza en el cumplimiento de la promesa que Dios les hizo a nuestros antepasados.
7
De hecho, esta es la razón por la cual las doce tribus de Israel adoran a Dios con celo día y noche, y participan de la misma esperanza que yo tengo. Aun así, Su Majestad, ¡ellos me acusan por tener esta esperanza!
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¿Por qué les parece increíble a todos ustedes que Dios pueda resucitar a los muertos?
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»Yo solía creer que mi obligación era hacer todo lo posible para oponerme al nombre de Jesús de Nazaret.
10
Por cierto, eso fue justo lo que hice en Jerusalén. Con la autorización de los sacerdotes principales, hice que muchos creyentes
de allí fueran enviados a la cárcel. Di mi voto en contra de ellos cuando los condenaban a muerte.
11
Muchas veces hice que los castigaran en las sinagogas para que maldijeran
a Jesús. Estaba tan violentamente en contra de ellos que los perseguí hasta en ciudades extranjeras.
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»Cierto día, yo me dirigía a Damasco para cumplir esa misión respaldado por la autoridad y el encargo de los sacerdotes principales.
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Cerca del mediodía, Su Majestad, mientras iba de camino, una luz del cielo, más intensa que el sol, brilló sobre mí y mis compañeros.
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Todos caímos al suelo y escuché una voz que me decía en arameo
:
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»“¿Quién eres, señor?”, pregunté. Y el Señor contestó:
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Ahora, ¡levántate! Pues me aparecí ante ti para designarte como mi siervo y testigo. Deberás contarle al mundo lo que has visto y lo que te mostraré en el futuro.
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Y yo te rescataré de tu propia gente y de los gentiles.
Sí, te envío a los gentiles
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para que les abras los ojos, a fin de que pasen de la oscuridad a la luz, y del poder de Satanás a Dios. Entonces recibirán el perdón de sus pecados y se les dará un lugar entre el pueblo de Dios, el cual es apartado por la fe en mí”.
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»Por lo tanto, rey Agripa, obedecí esa visión del cielo.
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Primero les prediqué a los de Damasco, luego en Jerusalén y por toda Judea, y también a los gentiles: que todos tienen que arrepentirse de sus pecados y volver a Dios, y demostrar que han cambiado, por medio de las cosas buenas que hacen.
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Unos judíos me arrestaron en el templo por predicar esto y trataron de matarme;
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pero Dios me ha protegido hasta este mismo momento para que yo pueda dar testimonio a todos, desde el menos importante hasta el más importante. Yo no enseño nada fuera de lo que los profetas y Moisés dijeron que sucedería:
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que el Mesías sufriría y que sería el primero en resucitar de los muertos, y de esta forma anunciaría la luz de Dios tanto a judíos como a gentiles por igual».
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De repente Festo gritó:
—Pablo, estás loco. ¡Tanto estudio te ha llevado a la locura!
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Pero Pablo respondió:
—No estoy loco, excelentísimo Festo. Lo que digo es la pura verdad,
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y el rey Agripa sabe de estas cosas. Yo hablo con atrevimiento porque estoy seguro de que todos estos acontecimientos le son familiares, ¡pues no se hicieron en un rincón!
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Rey Agripa, ¿usted les cree a los profetas? Yo sé que sí.
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Agripa lo interrumpió:
—¿Acaso piensas que puedes persuadirme para que me convierta en cristiano en tan poco tiempo?
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Pablo contestó:
—Sea en poco tiempo o en mucho, le pido a Dios en oración que tanto usted como todos los presentes en este lugar lleguen a ser como yo, excepto por estas cadenas.
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Entonces el rey, el gobernador, Berenice y todos los demás se pusieron de pie y se retiraron.
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Mientras salían, hablaron del tema y acordaron: «Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte o la cárcel».
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Y Agripa le dijo a Festo: «Podría ser puesto en libertad si no hubiera apelado al César».