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Unos judíos me arrestaron en el templo por predicar esto y trataron de matarme;
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pero Dios me ha protegido hasta este mismo momento para que yo pueda dar testimonio a todos, desde el menos importante hasta el más importante. Yo no enseño nada fuera de lo que los profetas y Moisés dijeron que sucedería:
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que el Mesías sufriría y que sería el primero en resucitar de los muertos, y de esta forma anunciaría la luz de Dios tanto a judíos como a gentiles por igual».
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De repente Festo gritó:
—Pablo, estás loco. ¡Tanto estudio te ha llevado a la locura!
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Pero Pablo respondió:
—No estoy loco, excelentísimo Festo. Lo que digo es la pura verdad,
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y el rey Agripa sabe de estas cosas. Yo hablo con atrevimiento porque estoy seguro de que todos estos acontecimientos le son familiares, ¡pues no se hicieron en un rincón!
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Rey Agripa, ¿usted les cree a los profetas? Yo sé que sí.
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Agripa lo interrumpió:
—¿Acaso piensas que puedes persuadirme para que me convierta en cristiano en tan poco tiempo?
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Pablo contestó:
—Sea en poco tiempo o en mucho, le pido a Dios en oración que tanto usted como todos los presentes en este lugar lleguen a ser como yo, excepto por estas cadenas.
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Entonces el rey, el gobernador, Berenice y todos los demás se pusieron de pie y se retiraron.
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Mientras salían, hablaron del tema y acordaron: «Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte o la cárcel».
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Y Agripa le dijo a Festo: «Podría ser puesto en libertad si no hubiera apelado al César».