9
Entonces Festo, queriendo complacer a los judíos, le preguntó:
—¿Estás dispuesto a ir a Jerusalén y ser juzgado ante mí allá?
10
Pero Pablo contestó:
—¡No! Esta es la corte oficial romana, por lo tanto, debo ser juzgado aquí mismo. Usted sabe muy bien que no soy culpable de hacer daño a los judíos.
11
Si he hecho algo digno de muerte, no me niego a morir; pero si soy inocente, nadie tiene el derecho de entregarme a estos hombres para que me maten. ¡Apelo al César!
12
Festo consultó con sus consejeros y después respondió:
—¡Muy bien! Has apelado al César, ¡y al César irás!
13
Unos días más tarde el rey Agripa llegó con su hermana, Berenice,
a presentar sus respetos a Festo.
14
Durante su visita de varios días, Festo conversó con el rey acerca del caso de Pablo.
—Aquí hay un prisionero —le dijo— cuyo caso me dejó Félix.
15
Cuando yo estaba en Jerusalén, los sacerdotes principales y los ancianos judíos presentaron cargos en su contra y me pidieron que yo lo condenara.
16
Les hice ver que la ley romana no declara culpable a nadie sin antes tener un juicio. El acusado debe tener una oportunidad para que confronte a sus acusadores y se defienda.
17
»Cuando los acusadores de Pablo llegaron aquí para el juicio, yo no me demoré. Convoqué al tribunal el día siguiente y di órdenes para que trajeran a Pablo,
18
pero las acusaciones que hicieron en su contra no correspondían a ninguno de los delitos que yo esperaba.
19
En cambio, tenían algo que ver con su religión y con un hombre muerto llamado Jesús, quien —según Pablo— está vivo.