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¡Pero no lo haga! Hay más de cuarenta hombres escondidos por todo el camino, listos para tenderle una emboscada. Ellos han jurado no comer ni beber nada hasta que lo hayan matado. Ya están listos, solo esperan su consentimiento.
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—Que nadie sepa que me has contado esto —le advirtió el comandante al joven.
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Pablo es enviado a Cesarea
Entonces el comandante llamó a dos de sus oficiales y les dio la siguiente orden: «Preparen a doscientos soldados para que vayan a Cesarea esta noche a las nueve. Lleven también doscientos lanceros y setenta hombres a caballo.
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Denle caballos a Pablo para el viaje y llévenlo a salvo al gobernador Félix».
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Después escribió la siguiente carta al gobernador:
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«De Claudio Lisias. A su excelencia, el gobernador Félix. ¡Saludos!
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»Unos judíos detuvieron a este hombre y estaban a punto de matarlo cuando llegué con mis tropas. Luego me enteré de que él era ciudadano romano, entonces lo trasladé a un lugar seguro.
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Después lo llevé al Concilio Supremo judío para tratar de averiguar la razón de las acusaciones en su contra.
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Pronto descubrí que el cargo tenía que ver con su ley religiosa, nada que merezca prisión o muerte en absoluto;
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pero cuando se me informó de un complot para matarlo, se lo envié a usted de inmediato. Les he dicho a sus acusadores que presenten los cargos ante usted».
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Así que, esa noche, tal como se les había ordenado, los soldados llevaron a Pablo tan lejos como Antípatris.
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A la mañana siguiente, ellos regresaron a la fortaleza mientras que las tropas a caballo trasladaron a Pablo hasta Cesarea.
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Cuando llegaron a Cesarea, lo presentaron ante el gobernador Félix y le entregaron la carta.
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El gobernador la leyó y después le preguntó a Pablo de qué provincia era.
—De Cilicia —contestó Pablo.
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—Yo mismo oiré tu caso cuando lleguen los que te acusan —le dijo el gobernador.
Luego el gobernador ordenó que lo pusieran en la prisión del cuartel general de Herodes.