8
Después, el ángel le dijo: «Vístete y ponte tus sandalias». Pedro lo hizo, y el ángel le ordenó: «Ahora ponte tu abrigo y sígueme».
9
Así que Pedro salió de la celda y siguió al ángel, pero todo el tiempo pensaba que era una visión; no se daba cuenta de que en verdad eso estaba sucediendo.
10
Pasaron el primer puesto de guardia y luego el segundo y llegaron a la puerta de hierro que lleva a la ciudad, y esta puerta se abrió por sí sola frente a ellos. De esta manera cruzaron la puerta y empezaron a caminar por la calle, y de pronto el ángel lo dejó.
11
Finalmente Pedro volvió en sí. «¡De veras es cierto! —dijo—. ¡El Señor envió a su ángel y me salvó de Herodes y de lo que los líderes judíos
tenían pensado hacerme!».
12
Cuando se dio cuenta de esto, fue a la casa de María, la madre de Juan Marcos, donde muchos se habían reunido para orar.
13
Tocó a la puerta de entrada, y una sirvienta llamada Rode fue a abrir.
14
Cuando ella reconoció la voz de Pedro, se alegró tanto que, en lugar de abrir la puerta, corrió hacia adentro y les dijo a todos:
—¡Pedro está a la puerta!
15
—¡Estás loca! —le dijeron.
Como ella insistía, llegaron a la conclusión: «Debe ser su ángel».
16
Mientras tanto, Pedro seguía tocando. Cuando por fin abrieron la puerta y lo vieron, quedaron asombrados.
17
Él les hizo señas para que se callaran y les contó cómo el Señor lo había sacado de la cárcel. «Díganles a Santiago y a los demás hermanos lo que pasó», dijo. Y después se fue a otro lugar.
18
Al amanecer, hubo un gran alboroto entre los soldados por lo que había sucedido con Pedro.