16
Jesús llegó a ser sacerdote, no por cumplir con la ley del requisito físico de pertenecer a la tribu de Leví, sino por el poder de una vida que no puede ser destruida.
17
Y el salmista lo señaló cuando profetizó:
«Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec»
.
18
Así que el antiguo requisito del sacerdocio quedó anulado por ser débil e inútil.
19
Pues la ley nunca perfeccionó nada, pero ahora confiamos en una mejor esperanza por la cual nos acercamos a Dios.
20
Este nuevo sistema se estableció mediante un juramento solemne. Los descendientes de Aarón llegaron a ser sacerdotes sin un juramento,
21
pero había un juramento con relación a Jesús. Pues Dios le dijo:
«El Señor
ha jurado y no romperá su juramento:
“Tú eres sacerdote para siempre”»
.
22
Debido a ese juramento, Jesús es quien garantiza este mejor pacto con Dios.
23
Hubo muchos sacerdotes bajo el sistema antiguo, porque la muerte les impedía continuar con sus funciones;
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pero dado que Jesús vive para siempre, su sacerdocio dura para siempre.
25
Por eso puede salvar —una vez y para siempre—
a los que vienen a Dios por medio de él, quien vive para siempre, a fin de interceder con Dios a favor de ellos.
26
Él es la clase de Sumo Sacerdote que necesitamos, porque es santo y no tiene culpa ni mancha de pecado. Él ha sido apartado de los pecadores y se le ha dado el lugar de más alto honor en el cielo.
27
A diferencia de los demás sumos sacerdotes, no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día. Ellos los ofrecían primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo. Sin embargo, Jesús lo hizo una vez y para siempre cuando se ofreció a sí mismo como sacrificio por los pecados del pueblo.
28
La ley nombra a sumos sacerdotes que están limitados por debilidades humanas; pero después de que la ley fue entregada, Dios nombró a su Hijo mediante un juramento y su Hijo ha sido hecho el perfecto Sumo Sacerdote para siempre.