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Las promesas de Dios traen esperanza
Por ejemplo, estaba la promesa que Dios le hizo a Abraham. Como no existía nadie superior a Dios por quién jurar, Dios juró por su propio nombre, diciendo:
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«Ciertamente te bendeciré
y multiplicaré tu descendencia hasta que sea incontable»
.
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Entonces Abraham esperó con paciencia y recibió lo que Dios le había prometido.
16
Ahora bien, cuando las personas hacen un juramento, invocan a alguien superior a ellas para obligarse a cumplirlo; y no cabe ninguna duda de que ese juramento conlleva una obligación.
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Dios también se comprometió mediante un juramento, para que los que recibieran la promesa pudieran estar totalmente seguros de que él jamás cambiaría de parecer.
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Así que Dios ha hecho ambas cosas: la promesa y el juramento. Estas dos cosas no pueden cambiar, porque es imposible que Dios mienta. Por lo tanto, los que hemos acudido a él en busca de refugio podemos estar bien confiados aferrándonos a la esperanza que está delante de nosotros.
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Esta esperanza es un ancla firme y confiable para el alma; nos conduce a través de la cortina al santuario interior de Dios.
20
Jesús ya entró allí por nosotros. Él ha llegado a ser nuestro eterno Sumo Sacerdote, según el orden de Melquisedec.