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Si hubieran añorado el país del que salieron, bien podrían haber regresado.
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Sin embargo, buscaban un lugar mejor, una patria celestial. Por eso, Dios no se avergüenza de ser llamado el Dios de ellos, pues les ha preparado una ciudad.
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Fue por la fe que Abraham ofreció a Isaac en sacrificio cuando Dios lo puso a prueba. Abraham, quien había recibido las promesas de Dios, estuvo dispuesto a sacrificar a su único hijo, Isaac,
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aun cuando Dios le había dicho: «Isaac es el hijo mediante el cual procederán tus descendientes»
.
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Abraham llegó a la conclusión de que si Isaac moría, Dios tenía el poder para volverlo a la vida; y en cierto sentido, Abraham recibió de vuelta a su hijo de entre los muertos.
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Fue por la fe que Isaac prometió a sus hijos, Jacob y Esaú, bendiciones para el futuro.
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Fue por la fe que Jacob, cuando ya era anciano y estaba por morir, bendijo a cada uno de los hijos de José y se inclinó para adorar, apoyado en su vara.
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Fue por la fe que José, cuando iba a morir, declaró con confianza que el pueblo de Israel saldría de Egipto. Incluso les mandó que se llevaran sus huesos cuando ellos salieran.
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Fue por la fe que cuando nació Moisés, sus padres lo escondieron durante tres meses. Vieron que Dios les había dado un hijo fuera de lo común y no tuvieron temor de desobedecer la orden del rey.
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Fue por la fe que Moisés, cuando ya fue adulto, rehusó llamarse hijo de la hija del faraón.
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Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los placeres momentáneos del pecado.