8
¿Acaso no devolvimos el dinero que encontramos en nuestros costales? Lo trajimos de vuelta desde la tierra de Canaán. ¿Por qué robaríamos oro o plata de la casa de su amo?
9
Si usted encuentra la copa en poder de uno de nosotros, que muera el hombre que la tenga. Y el resto de nosotros, mi señor, seremos sus esclavos.
10
—Eso es justo —respondió el hombre—, pero solo el hombre que haya robado la copa será mi esclavo. Los demás quedarán libres.
11
Ellos bajaron rápidamente sus costales de los lomos de sus burros y los abrieron.
12
El administrador del palacio revisó los costales de cada uno de los hermanos, desde el mayor hasta el menor, ¡y encontró la copa en el costal de Benjamín!
13
Al ver eso, los hermanos se rasgaron la ropa en señal de desesperación. Luego volvieron a cargar sus burros y regresaron a la ciudad.
14
José todavía estaba en su palacio cuando Judá y sus hermanos llegaron. Entonces se postraron en el suelo delante de él.
15
—¿Qué han hecho ustedes? —reclamó José—. ¿No saben que un hombre como yo puede predecir el futuro?
16
—Oh, mi señor —contestó Judá—, ¿qué podemos responderle? ¿Cómo podemos explicar esto? ¿Cómo podemos probar nuestra inocencia? Dios nos está castigando por nuestros pecados. Mi señor, todos hemos regresado para ser sus esclavos, todos nosotros, y no solo nuestro hermano que tenía la copa en su costal.
17
—No —dijo José—. ¡Yo jamás haría algo así! Solo el hombre que robó la copa será mi esclavo. Los demás pueden volver en paz a la casa de su padre.
18
Judá habla por sus hermanos
Entonces Judá dio un paso adelante y dijo:
—Por favor, mi señor, permita que su siervo le hable sólo unas palabras. Le ruego que no se enoje conmigo, a pesar de ser usted tan poderoso como el faraón mismo.