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Cierto día, durante la cosecha de trigo, Rubén encontró algunas mandrágoras que crecían en el campo y se las llevó a su madre, Lea. Raquel le suplicó a Lea:
—Por favor, dame algunas de las mandrágoras que te trajo tu hijo.
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—¿No fue suficiente con que me robaras a mi marido? ¿Ahora también te robarás las mandrágoras de mi hijo? —le respondió Lea con enojo.
Raquel contestó:
—Dejaré que Jacob duerma contigo esta noche si me das algunas mandrágoras.
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Así que, al atardecer, cuando Jacob regresaba de los campos, Lea salió a su encuentro. «¡Debes venir a dormir conmigo esta noche! —le dijo ella—. Pagué por ti con algunas mandrágoras que encontró mi hijo». Por lo tanto, esa noche él durmió con Lea;
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y Dios contestó las oraciones de Lea, y ella volvió a quedar embarazada y dio a luz un quinto hijo a Jacob.
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Ella le puso por nombre Isacar,
porque dijo: «Dios me ha recompensado por haber dado a mi sierva como esposa a mi marido».
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Luego Lea quedó embarazada de nuevo y dio a luz un sexto hijo a Jacob.
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Le puso por nombre Zabulón,
porque dijo: «Dios me ha dado una buena recompensa. Ahora mi marido me tratará con respeto, porque le he dado seis hijos».
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Más adelante, ella dio a luz una hija y le puso por nombre Dina.
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Después Dios se acordó de la dificultad de Raquel y contestó sus oraciones permitiéndole tener hijos.
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Ella quedó embarazada y dio a luz un hijo. «Dios ha quitado mi deshonra», dijo ella.
24
Y le puso por nombre José,
porque dijo: «Que el Señor
añada aún otro hijo a mi familia».