4
—¡No morirán! —respondió la serpiente a la mujer—.
5
Dios sabe que, en cuanto coman del fruto, se les abrirán los ojos y serán como Dios, con el conocimiento del bien y del mal.
6
La mujer quedó convencida. Vio que el árbol era hermoso y su fruto parecía delicioso, y quiso la sabiduría que le daría. Así que tomó del fruto y lo comió. Después le dio un poco a su esposo que estaba con ella, y él también comió.
7
En ese momento, se les abrieron los ojos, y de pronto sintieron vergüenza por su desnudez. Entonces cosieron hojas de higuera para cubrirse.
8
Cuando soplaba la brisa fresca de la tarde, el hombre
y su esposa oyeron al Señor
Dios caminando por el huerto. Así que se escondieron del Señor
Dios entre los árboles.
9
Entonces el Señor
Dios llamó al hombre:
—¿Dónde estás?
10
El hombre contestó:
—Te oí caminando por el huerto, así que me escondí. Tuve miedo porque estaba desnudo.
11
—¿Quién te dijo que estabas desnudo? —le preguntó el Señor
Dios—. ¿Acaso has comido del fruto del árbol que te ordené que no comieras?
12
El hombre contestó:
—La mujer que tú me diste fue quien me dio del fruto, y yo lo comí.
13
Entonces el Señor
Dios le preguntó a la mujer:
—¿Qué has hecho?
—La serpiente me engañó —contestó ella—. Por eso comí.
14
Entonces el Señor
Dios le dijo a la serpiente:
«Por lo que has hecho, eres maldita
más que todos los animales, tanto domésticos como salvajes.
Andarás sobre tu vientre,
arrastrándote por el polvo durante toda tu vida.