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Rebeca oyó lo que Isaac le había dicho a su hijo Esaú. Entonces, cuando Esaú salió a cazar un animal,
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ella le dijo a su hijo Jacob:
—Escucha. Oí a tu padre decirle a Esaú:
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“Caza un animal y prepárame una comida deliciosa. Entonces te bendeciré en presencia del Señor
antes de morir”.
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Ahora, hijo mío, escúchame. Haz exactamente lo que yo te diga.
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Vete a los rebaños y tráeme dos de los mejores cabritos. Con ellos prepararé el plato favorito de tu padre.
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Después lleva la comida a tu padre para que se la coma y te bendiga antes de morir.
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—Pero mira —respondió Jacob a Rebeca—, mi hermano Esaú es muy velludo; en cambio, mi piel es suave.
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¿Y si mi padre me toca? Entonces se dará cuenta de que intento engañarlo, y en lugar de bendecirme, me maldecirá.
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Pero su madre respondió:
—¡Entonces que la maldición caiga sobre mí, hijo mío! Tú simplemente haz lo que te digo. ¡Sal y tráeme los cabritos!
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Así que Jacob salió y consiguió los cabritos para su madre. Rebeca preparó con ellos un plato delicioso, tal como le gustaba a Isaac.
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Después tomó las ropas favoritas de Esaú, que estaban allí en casa, y se las dio a su hijo menor, Jacob.