2
Pronto entraron seis hombres por la puerta superior que da al norte y cada uno llevaba un arma mortal en la mano. Con ellos había un hombre vestido de lino, que llevaba un estuche de escriba en la cintura. Todos se dirigieron al atrio del templo y se pusieron de pie junto al altar de bronce.
3
Entonces la gloria del Dios de Israel se elevó de entre los querubines, donde había reposado, y se movió hacia la entrada del templo. Luego el Señor
llamó al hombre vestido de lino, que llevaba el estuche de escriba.
4
Le dijo: «Recorre las calles de Jerusalén y pon una marca en la frente de todos los que lloren y suspiren por los pecados detestables que se cometen en la ciudad».
5
Luego oí al Señor
decir a los demás hombres: «Síganlo por toda la ciudad y maten a todos los que no tengan la marca en la frente. ¡No tengan compasión! ¡No tengan lástima de nadie!
6
Mátenlos a todos: ancianos, jóvenes, muchachas, mujeres y niños. Sin embargo, no toquen a ninguno que tenga la marca. Comiencen aquí mismo, en el templo». Entonces ellos comenzaron matando a los setenta líderes.
7
«¡Contaminen el templo! —mandó el Señor
—. Llenen los atrios con cadáveres. ¡Vayan!». Entonces ellos salieron y comenzaron la masacre por toda la ciudad.
8
Mientras mataban a la gente, yo me quedé solo. Caí con el rostro en tierra y clamé:
—¡Oh Señor
Soberano! ¿Acaso tu furia contra Jerusalén destruirá a todos los que queden en Israel?
9
Me contestó:
—Los pecados del pueblo de Israel y Judá son muy, pero muy grandes. La tierra está llena de homicidios; la ciudad está colmada de injusticia. Ellos dicen: “¡El Señor
no lo ve! ¡El Señor
ha abandonado esta tierra!”.
10
Por eso no les perdonaré la vida ni les tendré compasión. Les daré todo su merecido por lo que han hecho.
11
Luego regresó el hombre vestido de lino, que llevaba el estuche de escriba, e informó: «Ya hice lo que me ordenaste».