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»Sin embargo, Aholibá siguió los mismos pasos, a pesar de que vio todo lo que le había ocurrido a su hermana Aholá. Se corrompió todavía más y se entregó por completo a sus pasiones sexuales y a la prostitución.
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Aduló a todos los oficiales asirios, esos capitanes y comandantes con hermosos uniformes, esos jóvenes que conducían carros de guerra, todos apuestos y deseables.
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Yo vi cómo iba corrompiéndose, igual que su hermana mayor.
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»Luego llevó su prostitución a tal extremo que se enamoró de imágenes pintadas en un muro, imágenes de oficiales militares babilonios
con llamativos uniformes rojos,
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que portaban magníficos cinturones y sobre la cabeza turbantes grandes y distinguidos. Estaban vestidos como oficiales de carros de guerra de la tierra de Babilonia.
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Cuando ella vio esas imágenes, anheló entregarse a ellos y envió mensajeros a Babilonia para invitarlos a que la visitaran.
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Entonces vinieron y cometieron adulterio con ella, y la corrompieron en la cama del amor. No obstante, después de contaminarse con ellos, los rechazó con asco.
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»Asimismo, yo sentí asco por Aholibá y la rechacé, tal como había rechazado a su hermana, porque se exhibió delante de ellos y se les entregó para satisfacerles sus pasiones sexuales.
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Sin embargo, ella se prostituyó mucho más recordando su juventud cuando se había prostituido en Egipto.
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Sintió deseos sensuales por sus amantes con órganos sexuales tan grandes como los del burro, que eyaculan como un caballo.
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Y así, Aholibá, reviviste el pasado, esos días de jovencita en Egipto, cuando dejaste que te manosearan los senos por primera vez.