4
Pues mi pueblo y yo hemos sido vendidos para ser muertos, masacrados y aniquilados. Si solo nos hubieran vendido como esclavos, yo me quedaría callada, porque sería un asunto por el cual no merecería molestar al rey.
5
—¿Quién sería capaz de hacer semejante cosa? —preguntó el rey Jerjes—. ¿Quién podría ser tan descarado para tocarte a ti?
6
Ester contestó:
—Este malvado Amán es nuestro adversario y nuestro enemigo.
Amán se puso pálido de miedo delante del rey y de la reina.
7
Entonces el rey, enfurecido, se levantó de un salto y salió al jardín del palacio.
Amán, en cambio, se quedó con la reina Ester para implorar por su vida, porque sabía que el rey pensaba matarlo.
8
En su desesperación se dejó caer sobre el diván donde estaba reclinada la reina Ester, justo cuando el rey volvía del jardín del palacio.
El rey exclamó: «¿Hasta se atreve a atacar a la reina aquí mismo, en el palacio, ante mis propios ojos?». Entonces, en cuanto el rey habló, sus asistentes le cubrieron la cara a Amán en señal de condena.
9
Luego Harbona, uno de los eunucos del rey, dijo:
—Amán ha levantado un poste afilado de veintidós metros y medio
en el patio de su casa. Tenía pensado utilizarlo para atravesar a Mardoqueo, el hombre que salvó al rey de ser asesinado.
—¡Que atraviesen a Amán en ese poste! —ordenó el rey.
10
Entonces atravesaron a Amán con el poste que había levantado para Mardoqueo, y la furia del rey se calmó.