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Como la bondadosa mano de nuestro Dios estaba sobre nosotros, nos enviaron a un hombre llamado Serebías junto con dieciocho de sus hijos y hermanos. Serebías era muy sagaz, un descendiente de Mahli, quien era descendiente de Leví, hijo de Israel.
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También enviaron a Hasabías junto con Jesaías, de los descendientes de Merari, a veinte de sus hijos y hermanos,
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y a doscientos veinte sirvientes del templo. Los sirvientes del templo, un grupo de trabajadores instituido originalmente por el rey David y sus funcionarios, eran ayudantes de los levitas. Todos estaban registrados por nombre.
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Allí, junto al canal de Ahava, di órdenes de que todos ayunáramos y nos humilláramos ante nuestro Dios. En oración le pedimos a Dios que nos diera un buen viaje y nos protegiera en el camino tanto a nosotros como a nuestros hijos y nuestros bienes.
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Pues me dio vergüenza pedirle al rey soldados y jinetes
que nos acompañaran y nos protegieran de los enemigos durante el viaje. Después de todo, ya le habíamos dicho al rey que «la mano protectora de nuestro Dios está sobre todos los que lo adoran, pero su enojo feroz se desata contra quienes lo abandonan».
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Así que ayunamos y oramos intensamente para que nuestro Dios nos cuidara, y él oyó nuestra oración.
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Nombré doce jefes de los sacerdotes —Serebías, Hasabías y otros diez sacerdotes—
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para que se encargaran de transportar la plata, el oro, los recipientes de oro y los demás artículos que el rey, sus consejeros y funcionarios, y todo el pueblo de Israel había presentado para el templo de Dios.
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Pesé el tesoro mientras se lo entregaba a ellos y el total sumaba lo siguiente:
22 toneladas
de plata,
3400 kilos
de objetos de plata,
3400 kilos de oro,
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20 recipientes de oro (equivalentes al valor de 1000 monedas de oro),
2 objetos finos de bronce pulido (tan valiosos como el oro).
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Luego les dije a los sacerdotes: «Ustedes y esos tesoros son santos, separados al Señor
. La plata y el oro son una ofrenda voluntaria para el Señor
, Dios de nuestros antepasados.
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Cuiden bien esos tesoros hasta que se los entreguen a los principales sacerdotes, a los levitas y a los jefes de Israel, quienes los pesarán en los depósitos del templo del Señor
en Jerusalén».
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Entonces los sacerdotes y los levitas aceptaron la tarea de transportar esos tesoros de plata y de oro al templo de nuestro Dios en Jerusalén.
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El 19 de abril,
levantamos el campamento junto al canal de Ahava y nos dirigimos a Jerusalén. La bondadosa mano de nuestro Dios nos protegió y nos salvó de enemigos y bandidos a lo largo del camino.
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Así que llegamos a salvo a Jerusalén, donde descansamos tres días.
33
Al cuarto día de nuestra llegada, la plata, el oro y los demás objetos de valor fueron pesados en el templo de nuestro Dios y encomendados a Meremot, hijo del sacerdote Urías, y a Eleazar, hijo de Finees, junto con Jozabad, hijo de Jesúa, y Noadías, hijo de Binúi, ambos levitas.
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Ellos rindieron cuenta de todo por número y peso, y el peso total quedó asentado en los registros oficiales.
35
Luego, los desterrados que habían regresado del cautiverio sacrificaron ofrendas quemadas al Dios de Israel. Ofrecieron doce toros por todo el pueblo de Israel, además de noventa y seis carneros y setenta y siete corderos. También sacrificaron doce chivos como ofrenda por el pecado. Todo se ofreció como una ofrenda quemada al Señor
.
36
Los decretos del rey fueron entregados a sus funcionarios de más alta posición y a los gobernadores de la provincia situada al occidente del río Éufrates,
quienes colaboraron dando su apoyo al pueblo y al templo de Dios.