8
Cuando el Altísimo asignó territorios a las naciones,
cuando dividió a la raza humana,
fijó los límites de los pueblos
según el número de su corte celestial.
9
»Pues el pueblo de Israel pertenece al Señor
;
Jacob es su posesión más preciada.
10
Él lo encontró en un desierto,
en un páramo vacío y ventoso.
Lo rodeó y lo cuidó;
lo protegió como a sus propios ojos.
11
Como un águila que aviva a sus polluelos
y revolotea sobre sus crías,
así desplegó sus alas para tomarlo y alzarlo
y llevarlo a salvo sobre sus plumas.
12
El Señor
, sólo él, lo guió;
el pueblo no siguió a dioses ajenos.
13
Él lo dejó cabalgar sobre tierras altas
y saciarse con las cosechas de los campos.
Lo nutrió con miel de la roca
y con aceite de oliva de los pedregales.
14
Lo alimentó con yogur
de la manada
y leche del rebaño,
y también con la grasa de los corderos.
Le dio de los mejores carneros de Basán y cabras,
junto con el trigo más selecto.
Bebiste el vino más fino,
elaborado con el jugo de las uvas.
15
»Pero Israel
pronto engordó y se volvió rebelde;
¡el pueblo aumentó de peso, se puso gordo y relleno!
Entonces abandonó a Dios, quien lo había creado;
se burló de la Roca de su salvación.
16
Lo provocó a celos al rendir culto a dioses ajenos;
lo enfureció con sus actos detestables.
17
Ofreció sacrificios a demonios, los cuales no son Dios,
a dioses que no conocían,
a dioses nuevos y recientes;
a dioses que sus antepasados jamás temieron.
18
Descuidaste la Roca que te engendró;
te olvidaste del Dios que te dio la vida.