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»Y ustedes respondieron: “Es una buena idea”.
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Así que tomé a esos hombres sabios y respetados que ustedes habían elegido de sus respectivas tribus y los designé para que fueran jueces y funcionarios sobre ustedes. Algunos estuvieron a cargo de mil personas; otros, de cien; otros, de cincuenta; y otros, de diez.
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»En aquel tiempo, les di a los jueces las siguientes instrucciones: “Ocúpense de oír todos los casos de sus hermanos israelitas y también los de los extranjeros que viven entre ustedes. Sean totalmente justos en las decisiones que tomen
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e imparciales en sus juicios. Atiendan los casos tanto de los pobres como de los ricos. No se acobarden ante el enojo de nadie, porque la decisión que ustedes tomen será la decisión de Dios. Tráiganme a mí los casos que les resulten demasiado difíciles, y yo me ocuparé de ellos”.
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»En aquel tiempo, les di instrucciones a ustedes acerca de todo lo que tenían que hacer.
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Exploración de la Tierra Prometida
»Entonces, tal como el Señor
nuestro Dios nos ordenó, partimos del monte Sinaí y cruzamos el inmenso y terrible desierto, como seguramente ustedes recuerdan, y nos dirigimos hacia el territorio montañoso de los amorreos. Al llegar a Cades-barnea,
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les dije: “Han llegado al territorio montañoso de los amorreos, el cual el Señor
nuestro Dios nos da.
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¡Miren! El Señor
ha puesto esta tierra delante de ustedes. Vayan y tomen posesión de ella como les dijo el Señor
en su promesa, el Dios de sus antepasados. ¡No tengan miedo ni se desanimen!”.
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»Sin embargo, todos ustedes se acercaron y me dijeron: “Primero enviemos espías a que exploren la tierra por nosotros. Ellos nos aconsejarán cuál es la mejor ruta para tomar y en qué aldeas entrar”.
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»Me pareció una buena idea, así que elegí a doce espías, uno de cada tribu.
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Se dirigieron hacia la zona montañosa, llegaron hasta el valle de Escol y lo exploraron.