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Si nos arrojan al horno ardiente, el Dios a quien servimos es capaz de salvarnos. Él nos rescatará de su poder, su Majestad;
18
pero aunque no lo hiciera, deseamos dejar en claro ante usted que jamás serviremos a sus dioses ni rendiremos culto a la estatua de oro que usted ha levantado.
19
El horno ardiente
Entonces Nabucodonosor se enfureció tanto con Sadrac, Mesac y Abed-nego que el rostro se le desfiguró a causa de la ira. Mandó calentar el horno siete veces más de lo habitual.
20
Entonces ordenó que algunos de los hombres más fuertes de su ejército ataran a Sadrac, Mesac y Abed-nego y los arrojaran al horno ardiente.
21
Así que los ataron y los arrojaron al horno, totalmente vestidos con sus pantalones, turbantes, túnicas y demás ropas.
22
Ya que el rey, en su enojo, había exigido que el horno estuviera bien caliente, las llamas mataron a los soldados mientras arrojaban dentro a los tres hombres.
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De esa forma Sadrac, Mesac y Abed-nego, firmemente atados, cayeron a las rugientes llamas.
24
De pronto, Nabucodonosor, lleno de asombro, se puso de pie de un salto y exclamó a sus asesores:
—¿No eran tres los hombres que atamos y arrojamos dentro del horno?
—Sí, su Majestad, así es —le contestaron.
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—¡Miren! —gritó Nabucodonosor—. ¡Yo veo a cuatro hombres desatados que caminan en medio del fuego sin sufrir daño! ¡Y el cuarto hombre se parece a un dios!
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Entonces Nabucodonosor se acercó tanto como pudo a la puerta del horno en llamas y gritó: «¡Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salgan y vengan aquí!».
Así que Sadrac, Mesac y Abed-nego salieron del fuego.
27
Entonces los altos funcionarios, autoridades, gobernadores y asesores los rodearon y vieron que el fuego no los había tocado. No se les había chamuscado ni un cabello, ni se les había estropeado la ropa. ¡Ni siquiera olían a humo!