3
—¿Y dónde está Mefiboset, el nieto de Saúl? —le preguntó el rey.
—Se quedó en Jerusalén —contestó Siba—. Dijo: “Hoy recobraré el reino de mi abuelo Saúl”.
4
—En ese caso —le dijo el rey a Siba—, te doy todo lo que le pertenece a Mefiboset.
—Me inclino ante usted —respondió Siba—, que yo siempre pueda complacerlo, mi señor el rey.
5
Simei maldice a David
Mientras el rey David llegaba a Bahurim, salió un hombre de la aldea maldiciéndolos. Era Simei, hijo de Gera, del mismo clan de la familia de Saúl.
6
Les arrojó piedras al rey, a los oficiales del rey y a los guerreros valientes que lo rodeaban.
7
—¡Vete de aquí, asesino y sinvergüenza! —le gritó a David—.
8
El Señor
te está pagando por todo el derramamiento de sangre en el clan de Saúl. Le robaste el trono, y ahora el Señor
se lo ha dado a tu hijo Absalón. Al fin te van a pagar con la misma moneda, ¡porque eres un asesino!
9
—¿Cómo es posible que este perro muerto maldiga a mi señor el rey? —exclamó Abisai, el hijo de Sarvia—. ¡Déjeme ir y cortarle la cabeza!
10
—¡No! —dijo el rey—. ¿Quién les pidió su opinión a ustedes, los hijos de Sarvia? Si el Señor
le dijo que me maldijera, ¿quiénes son ustedes para detenerlo?
11
Entonces David les dijo a Abisai y a sus sirvientes:
—Mi propio hijo quiere matarme, ¿acaso no tiene este pariente de Saúl
todavía más motivos para hacerlo? Déjenlo en paz y permítanle que maldiga, porque el Señor
le dijo que lo hiciera.
12
Y tal vez el Señor
vea con cuánta injusticia me han tratado y me bendiga a causa de estas maldiciones que sufrí hoy.
13
Así que David y sus hombres continuaron por el camino, y Simei les seguía el paso desde un cerro cercano, maldiciendo mientras caminaba, tirándole piedras a David y arrojando polvo al aire.