20
Apenas entraron en Samaria, Eliseo pidió en oración: «Oh Señor
, ahora ábreles los ojos para que vean». Entonces el Señor
les abrió los ojos, y se dieron cuenta de que estaban en el centro de la ciudad de Samaria.
21
Cuando el rey de Israel los vio, gritó a Eliseo:
—¿Los mato, padre mío, los mato?
22
—¡Claro que no! —contestó Eliseo—. ¿Acaso matamos a los prisioneros de guerra? Dales de comer y de beber, y mándalos de regreso a su casa, con su amo.
23
Entonces el rey hizo un gran banquete para ellos y luego los mandó de regreso a su amo. Después de este incidente, los saqueadores arameos se mantuvieron lejos de la tierra de Israel.
24
Ben-adad sitia a Samaria
Sin embargo, tiempo después, el rey de Aram reunió a todo su ejército y sitió a Samaria.
25
Como consecuencia, hubo mucha hambre en la ciudad. Estuvo sitiada por tanto tiempo que la cabeza de un burro se vendía por casi ochenta piezas de plata, y doscientos mililitros de estiércol de paloma se vendía por cinco piezas
de plata.
26
Cierto día, mientras el rey de Israel caminaba por la muralla de la ciudad, una mujer lo llamó:
—¡Mi señor el rey, por favor, ayúdeme! —le dijo.
27
Él le respondió:
—Si el Señor
no te ayuda, ¿qué puedo hacer yo? No tengo comida en el granero ni vino en la prensa para darte.
28
Pero después el rey le preguntó:
—¿Qué te pasa?
Ella contestó:
—Esta mujer me dijo: “Mira, comámonos a tu hijo hoy y mañana nos comeremos al mío”.
29
Entonces cocinamos a mi hijo y nos lo comimos. Al día siguiente, yo le dije: “Mata a tu hijo para que nos lo comamos”, pero ella lo había escondido.
30
Cuando el rey oyó esto, rasgó sus vestiduras en señal de desesperación; y como seguía caminando por la muralla, la gente pudo ver que debajo del manto real tenía tela áspera puesta directamente sobre la piel.