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Durante toda su vida Joás hizo lo que era agradable a los ojos del Señor
porque el sacerdote Joiada lo aconsejaba;
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pero aun así, no destruyó los santuarios paganos, y la gente seguía ofreciendo sacrificios y quemando incienso allí.
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Cierto día, el rey Joás dijo a los sacerdotes: «Recojan todo el dinero que se traiga como ofrenda sagrada al templo del Señor
, ya sea el pago de una cuota, el de los votos o una ofrenda voluntaria.
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Los sacerdotes tomarán de este dinero para pagar cualquier reparación que haya que hacer en el templo».
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Sin embargo, en el año veintitrés del reinado de Joás, los sacerdotes aún no habían reparado el templo.
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Entonces el rey Joás mandó llamar a Joiada y a los demás sacerdotes y les preguntó: «¿Por qué no han reparado el templo? Ya no tomen más dinero para sus propias necesidades. De ahora en adelante, todo debe usarse en la reparación del templo».
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Así que los sacerdotes acordaron no aceptar más dinero de la gente y también estuvieron de acuerdo en que otros tomaran la responsabilidad de reparar el templo.
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Luego el sacerdote Joiada tomó un cofre grande, le hizo un agujero en la tapa y lo puso al lado derecho del altar, en la entrada del templo del Señor
. Los sacerdotes que cuidaban la entrada ponían dentro del cofre todas las contribuciones de la gente.
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Cada vez que el cofre se llenaba, el secretario de la corte y el sumo sacerdote contaban el dinero que la gente había traído al templo del Señor
y después lo metían en bolsas.
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Luego entregaban el dinero a los supervisores de la construcción, quienes a su vez lo usaban para pagarle a la gente que trabajaba en el templo del Señor
: los carpinteros, los constructores,
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los albañiles y los picapedreros. También utilizaron el dinero para comprar la madera y la piedra labrada necesarias para reparar el templo del Señor
, y pagaron todo tipo de gasto relacionado con la restauración del templo.