6
Después el rey Roboam consultó el asunto con los ancianos que habían sido consejeros de su padre Salomón.
—¿Qué me aconsejan ustedes? —les preguntó—. ¿Cómo debo responder a este pueblo?
7
Los consejeros ancianos contestaron:
—Si se muestra bondadoso con este pueblo y hace todo lo posible por complacerlos y darles una respuesta favorable, ellos siempre serán sus leales súbditos.
8
Sin embargo, Roboam rechazó el consejo de los ancianos y pidió, en cambio, la opinión de los jóvenes que se habían criado con él y que ahora eran sus consejeros.
9
—¿Qué me aconsejan ustedes? —les preguntó—. ¿Cómo debo responder a esta gente que me pide que alivie las cargas que impuso mi padre?
10
Los jóvenes contestaron:
—Así debería responder a esos que se quejan de todo y que quieren una carga más liviana: “¡Mi dedo meñique es más grueso que la cintura de mi padre!
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Es cierto que mi padre les impuso cargas pesadas, ¡pero yo las haré aún más pesadas! ¡Mi padre los golpeaba con látigos, pero yo los azotaré con escorpiones!”.
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Tres días después, Jeroboam y toda la gente regresaron para conocer la decisión de Roboam, tal como el rey había ordenado.
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Entonces Roboam les habló con dureza, porque rechazó el consejo de los ancianos
14
y siguió el consejo de los más jóvenes. Así que le dijo al pueblo: «Mi padre les impuso
cargas pesadas, ¡pero yo las haré aún más pesadas! Mi padre los golpeaba con látigos, ¡pero yo los azotaré con escorpiones!».
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Por lo tanto, el rey no prestó atención al pueblo. Este giro en la historia ocurrió por voluntad de Dios, porque cumplía el mensaje que el Señor
le había dado a Jeroboam, hijo de Nabat, por medio del profeta Ahías de Silo.
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Cuando todos los israelitas se dieron cuenta
de que el rey no iba a hacerles caso, respondieron:
«¡Abajo la dinastía de David!
No nos interesa para nada el hijo de Isaí.
¡Regresa a tu casa, Israel!
Y tú, David, ¡cuida de tu propia casa!».
Entonces el pueblo de Israel regresó a casa;