8
Entonces Saúl se disfrazó con ropa común en lugar de ponerse las vestiduras reales y fue a la casa de la mujer por la noche, acompañado de dos de sus hombres.
—Tengo que hablar con un hombre que ha muerto —le dijo—. ¿Puedes invocar a su espíritu para mí?
9
—¿Está tratando de que me maten? —preguntó la mujer—. Usted sabe que Saúl ha expulsado a todos los médiums y a todos los que consultan los espíritus de los muertos. ¿Por qué me tiende una trampa?
10
Pero Saúl le hizo un juramento en el nombre del Señor
y le prometió:
—Tan cierto como que el Señor
vive, nada malo te pasará por hacerlo.
11
Finalmente, la mujer dijo:
—Bien, ¿el espíritu de quién quiere que invoque?
—Llama a Samuel —respondió Saúl.
12
Cuando la mujer vio a Samuel, gritó:
—¡Me engañó! ¡Usted es Saúl!
13
—No tengas miedo —le dijo el rey—. ¿Qué es lo que ves?
—Veo a un dios
subiendo de la tierra —dijo ella.
14
—¿Qué aspecto tiene? —preguntó Saúl.
—Es un hombre anciano envuelto en un manto —le contestó ella.
Saúl se dio cuenta de que era Samuel, y se postró en el suelo delante de él.
15
—¿Por qué me molestas, llamándome a regresar? —le preguntó Samuel a Saúl.
—Porque estoy en graves dificultades —contestó Saúl—. Los filisteos están en guerra conmigo y Dios me ha dejado y no me responde ni por medio de profetas ni por sueños, entonces te llamé para que me digas qué hacer.
16
Pero Samuel respondió:
—¿Por qué me preguntas a mí, si el Señor
te abandonó y se ha vuelto tu enemigo?
17
El Señor
ha hecho exactamente lo que dijo que haría. Te ha arrancado el reino y se lo dio a tu rival, David.
18
Hoy el Señor
te ha hecho esto porque rehusaste llevar a cabo su ira feroz contra los amalecitas.