2
—¡Muy bien! —acordó David—. Ahora comprobarás tú mismo lo que podemos hacer.
Después Aquis le dijo a David:
—Te haré mi guardaespaldas personal de por vida.
3
Durante ese tiempo, Samuel había muerto y todo Israel había hecho duelo por él. Fue enterrado en Ramá, su ciudad natal. Saúl había expulsado del territorio de Israel a todos los médiums y a todos los que consultaban los espíritus de los muertos.
4
Los filisteos montaron su campamento en Sunem, y Saúl reunió a todo el ejército de Israel y acampó en Gilboa.
5
Cuando Saúl vio al inmenso ejército filisteo, tuvo miedo y se aterrorizó.
6
Entonces le preguntó al Señor
qué debía hacer, pero el Señor
rehusó contestarle ya fuera por sueños o por sorteo sagrado
o por medio de los profetas.
7
Así que Saúl les dijo a sus consejeros:
—Busquen a una mujer que sea médium, para ir y preguntarle qué hacer.
Sus consejeros le respondieron:
—Hay una médium en Endor.
8
Entonces Saúl se disfrazó con ropa común en lugar de ponerse las vestiduras reales y fue a la casa de la mujer por la noche, acompañado de dos de sus hombres.
—Tengo que hablar con un hombre que ha muerto —le dijo—. ¿Puedes invocar a su espíritu para mí?
9
—¿Está tratando de que me maten? —preguntó la mujer—. Usted sabe que Saúl ha expulsado a todos los médiums y a todos los que consultan los espíritus de los muertos. ¿Por qué me tiende una trampa?
10
Pero Saúl le hizo un juramento en el nombre del Señor
y le prometió:
—Tan cierto como que el Señor
vive, nada malo te pasará por hacerlo.
11
Finalmente, la mujer dijo:
—Bien, ¿el espíritu de quién quiere que invoque?
—Llama a Samuel —respondió Saúl.
12
Cuando la mujer vio a Samuel, gritó:
—¡Me engañó! ¡Usted es Saúl!
13
—No tengas miedo —le dijo el rey—. ¿Qué es lo que ves?
—Veo a un dios
subiendo de la tierra —dijo ella.
14
—¿Qué aspecto tiene? —preguntó Saúl.
—Es un hombre anciano envuelto en un manto —le contestó ella.
Saúl se dio cuenta de que era Samuel, y se postró en el suelo delante de él.
15
—¿Por qué me molestas, llamándome a regresar? —le preguntó Samuel a Saúl.
—Porque estoy en graves dificultades —contestó Saúl—. Los filisteos están en guerra conmigo y Dios me ha dejado y no me responde ni por medio de profetas ni por sueños, entonces te llamé para que me digas qué hacer.
16
Pero Samuel respondió:
—¿Por qué me preguntas a mí, si el Señor
te abandonó y se ha vuelto tu enemigo?
17
El Señor
ha hecho exactamente lo que dijo que haría. Te ha arrancado el reino y se lo dio a tu rival, David.
18
Hoy el Señor
te ha hecho esto porque rehusaste llevar a cabo su ira feroz contra los amalecitas.
19
Además, el Señor
te entregará a ti y al ejército de Israel en manos de los filisteos, y mañana tú y tus hijos estarán aquí conmigo. El Señor
derribará al ejército de Israel y caerá derrotado.
20
Entonces Saúl cayó al suelo cuan largo era, paralizado por el miedo a causa de las palabras de Samuel. También estaba desfallecido de hambre, porque no había comido nada en todo el día ni en toda la noche.
21
Cuando la mujer lo vio tan deshecho, le dijo:
—Señor, obedecí sus órdenes a riesgo de mi vida.
22
Ahora haga lo que digo, y déjeme que le dé algo de comer para que pueda recuperar sus fuerzas para el viaje de regreso.
23
Pero Saúl se negó a comer. Entonces sus consejeros también le insistieron que comiera. Así que finalmente cedió, se levantó del suelo y tomó asiento.
24
La mujer había estado engordando un becerro, así que fue con rapidez y lo mató. Tomó un poco de harina, la amasó y horneó pan sin levadura.
25
Entonces les llevó la comida a Saúl y a sus consejeros, y comieron. Después salieron en la oscuridad de la noche.