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«¡Tomen sus espadas!», respondió David mientras se ceñía la suya. Enseguida David salió con cuatrocientos hombres, mientras doscientos se quedaron cuidando las pertenencias.
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Entre tanto, uno de los siervos de Nabal fue a decirle a Abigail: «David envió mensajeros desde el desierto para saludar a nuestro amo, pero él les respondió con insultos.
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Estos hombres nos trataron muy bien y nunca sufrimos ningún daño de parte de ellos. Nada nos fue robado durante todo el tiempo que estuvimos con ellos.
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De hecho, día y noche fueron como un muro de protección para nosotros y nuestras ovejas.
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Es necesario que usted lo sepa y decida qué hacer, porque habrá problemas para nuestro amo y toda la familia. ¡Nabal tiene tan mal genio que no hay nadie que pueda hablarle!».
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Sin perder tiempo, Abigail juntó doscientos panes, dos cueros llenos de vino, cinco ovejas matadas y preparadas, un recipiente con casi cuarenta kilos
de trigo tostado, cien racimos de pasas y doscientos pasteles de higo. Lo cargó todo en burros
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y les dijo a sus siervos: «Vayan adelante y dentro de poco los seguiré». Pero no le dijo a su esposo Nabal lo que estaba haciendo.
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Así que, montada en un burro, Abigail entraba a un barranco de la montaña cuando vio a David y a sus hombres acercándose a ella.
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En ese momento, David decía: «¡De nada sirvió ayudar a este tipo! Protegimos sus rebaños en el desierto y ninguna de sus posesiones se perdió o fue robada. Pero él me devolvió mal por bien.
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¡Que Dios me castigue y me mate
si tan solo un hombre de su casa queda con vida mañana por la mañana!».
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Abigail intercede por Nabal
Cuando Abigail vio a David, enseguida bajó de su burro y se inclinó ante él hasta el suelo.