4
Para sellar el pacto quitó su manto y se lo dio a David junto con su túnica, su espada, su arco y su cinturón.
5
Todo lo que Saúl le pedía a David que hiciera, él lo hacía con éxito. Como resultado, Saúl lo hizo comandante sobre los hombres de guerra, un nombramiento que fue bien recibido tanto por el pueblo como por los oficiales de Saúl.
6
Cuando el ejército de Israel regresaba triunfante después que David mató al filisteo, mujeres de todas las ciudades de Israel salieron para recibir al rey Saúl. Cantaron y danzaron de alegría con panderetas y címbalos.
7
Este era su canto:
«Saúl mató a sus miles,
¡y David, a sus diez miles!».
8
Esto hizo que Saúl se enojara mucho. «¿Qué es esto? —dijo—. Le dan crédito a David por diez miles y a mí sólo por miles. ¡Solo falta que lo hagan su rey!».
9
Desde ese momento Saúl miró con recelo a David.
10
Al día siguiente, un espíritu atormentador
de parte de Dios abrumó a Saúl, y comenzó a desvariar como un loco en su casa. David tocaba el arpa, tal como lo hacía cada día. Pero Saúl tenía una lanza en la mano,
11
y de repente se la arrojó a David, tratando de clavarlo en la pared, pero David lo esquivó dos veces.
12
Después Saúl tenía miedo de David porque el Señor
estaba con David pero se había apartado de él.
13
Finalmente lo echó de su presencia y lo nombró comandante sobre mil hombres, y David dirigía fielmente a las tropas en batalla.
14
David siguió teniendo éxito en todo lo que hacía porque el Señor
estaba con él.