3
El Señor
le dijo:
«He oído tu oración y lo que me pediste. He apartado este templo para que sea santo, este lugar que has construido, donde mi nombre será honrado para siempre. Lo vigilaré sin cesar, porque es muy preciado a mi corazón.
4
»En cuanto a ti, si me sigues con integridad y rectitud como lo hizo tu padre David y obedeces todos mis mandatos, decretos y ordenanzas,
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entonces estableceré tu dinastía en el trono de Israel para siempre. Pues a tu padre David le prometí: “Siempre habrá uno de tus descendientes en el trono de Israel”.
6
»Pero si tú o tus descendientes me abandonan y desobedecen los mandatos y los decretos que les he dado, y sirven y rinden culto a otros dioses,
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entonces desarraigaré a Israel de la tierra que le he dado. Rechazaré este templo que hice santo para honrar mi nombre. Haré que Israel sea objeto de burla y de ridículo entre las naciones.
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Y aunque ahora este templo sea imponente, todos los que pasen por allí quedarán horrorizados y menearán la cabeza con asombro. Preguntarán: “¿Por qué habrá hecho el Señor
cosas tan terribles a esta tierra y a este templo?”.
9
»Y la respuesta será: “Porque los israelitas abandonaron al Señor
su Dios, quien sacó a sus antepasados de Egipto, y rindieron culto a otros dioses y se inclinaron ante ellos. Por esa razón el Señor
les envió tantas calamidades”».
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Salomón hace un acuerdo con Hiram
Salomón tardó veinte años en construir el templo del Señor
y su propio palacio real. Al cabo de ese tiempo,
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Salomón le dio a Hiram, rey de Tiro, veinte ciudades en la tierra de Galilea. (Hiram había provisto toda la madera de cedro y de ciprés y todo el oro que Salomón había pedido).
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Sin embargo, cuando Hiram llegó desde Tiro para ver las ciudades que Salomón le había dado, no le gustaron nada.
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«¿Qué clase de ciudades son estas, hermano?», le preguntó. Por eso Hiram llamó a esa región Cabul (que significa «sin ningún valor»), y así se conoce hasta el día de hoy.