38
El profeta se puso una venda en los ojos para que no lo reconocieran y se quedó junto al camino, esperando al rey.
39
Cuando el rey pasó, el profeta lo llamó:
—Señor, yo estaba en lo más reñido de la batalla, cuando de pronto un hombre me trajo un prisionero y me dijo: “Vigila a este hombre; si por alguna razón se te escapa, ¡pagarás con tu vida o con una multa de treinta y cuatro kilos
de plata!”;
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pero mientras yo estaba ocupado en otras cosas, ¡el prisionero desapareció!
—Bueno, fue tu culpa —respondió el rey—. Tú mismo has firmado tu propia sentencia.
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Enseguida el profeta se quitó la venda de los ojos, y el rey lo reconoció como uno de los profetas.
42
El profeta le dijo:
—Esto dice el Señor
: “Por haberle perdonado la vida al hombre que yo dije que había que destruir
ahora tú morirás en su lugar, y tu pueblo morirá en lugar de su pueblo”.
43
Entonces el rey de Israel volvió a su casa en Samaria, enojado y de mal humor.