20
—Tengo un pequeño favor que pedirte —le dijo ella—. Espero que no me lo niegues.
—¿De qué se trata, madre mía? —preguntó el rey—. Tú sabes que no te lo negaré.
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—Entonces permite que tu hermano Adonías se case con Abisag, la muchacha de Sunem —contestó ella.
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—¿Cómo es posible que tú me pidas que entregue a Abisag en matrimonio a Adonías? —preguntó el rey Salomón—. ¡Sería lo mismo que pedirme que le dé el reino! Tú sabes que él es mi hermano mayor y que tiene de su lado al sacerdote Abiatar y a Joab, hijo de Sarvia.
23
Entonces el rey Salomón hizo un juramento delante del Señor
diciendo:
—Que Dios me hiera e incluso me mate si Adonías no ha sellado su destino con esta petición.
24
El Señor
me ha confirmado y me ha puesto en el trono de David, mi padre; él ha establecido mi dinastía, tal como lo prometió. Por lo tanto, ¡tan cierto como que el Señor
vive, Adonías morirá hoy mismo!
25
Entonces el rey Salomón le ordenó a Benaía, hijo de Joiada, que lo ejecutara; y Adonías murió.
26
Luego el rey dijo al sacerdote Abiatar: «Regresa a tu casa, en Anatot. Mereces morir, pero no voy a matarte ahora porque tú cargaste el arca del Señor
Soberano para David, mi padre, y estuviste con él en todas sus dificultades».
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De ese modo Salomón expulsó a Abiatar del cargo de sacerdote del Señor
, y así se cumplió la profecía que el Señor
había dado en Silo acerca de los descendientes de Elí.
28
Joab no se había unido anteriormente a la rebelión de Absalón, pero sí se había sumado a la rebelión de Adonías. Así que, al enterarse de la muerte de Adonías, corrió a la carpa sagrada del Señor
y se agarró de los cuernos del altar.
29
Cuando se lo informaron al rey, Salomón mandó a Benaía, hijo de Joiada, a ejecutarlo.
30
Benaía fue a la carpa sagrada del Señor
y le dijo a Joab:
—¡El rey te ordena que salgas!
Pero Joab respondió:
—No, aquí moriré.
Entonces Benaía regresó a ver al rey y le informó lo que Joab había dicho.
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«Haz lo que él pide —respondió el rey—. Mátalo allí, junto al altar, y entiérralo. Así se borrará de la familia de mi padre la culpa de los asesinatos sin sentido que cometió Joab.
32
El Señor
le cobrará
las muertes de dos hombres que eran más justos y mejores que él, ya que mi padre no sabía nada de las muertes de Abner, hijo de Ner, comandante del ejército de Israel, y de Amasa, hijo de Jeter, comandante del ejército de Judá.
33
Que Joab y sus descendientes sean por siempre culpables de la sangre de ellos, y que el Señor
conceda paz a David, a sus descendientes, a su dinastía y a su trono para siempre».
34
Entonces Benaía, hijo de Joiada, volvió a la carpa sagrada y mató a Joab, y fue enterrado junto a su casa en el desierto.
35
Después, el rey nombró comandante del ejército a Benaía en lugar de Joab, y puso al sacerdote Sadoc en lugar de Abiatar.
36
Luego el rey mandó llamar a Simei y le dijo:
—Construye una casa aquí en Jerusalén y vive en ella pero no salgas de la ciudad por ningún motivo.
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Pues el día que salgas y pases el valle de Cedrón, ciertamente morirás, y tu sangre volverá sobre tu propia cabeza.
38
Simei respondió:
—Tu sentencia es justa; haré todo lo que mi señor el rey mande.
Por lo tanto, Simei vivió en Jerusalén un largo tiempo.
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Sin embargo, tres años después, dos esclavos de Simei se fugaron a Gat, donde reinaba Aquis, hijo de Maaca. Cuando Simei supo dónde estaban,
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ensilló su burro y fue a Gat a buscarlos. Una vez que los encontró, los llevó de regreso a Jerusalén.