16
Estas tablas eran obra de Dios; cada palabra estaba escrita por Dios mismo.
17
Cuando Josué oyó el alboroto del pueblo, que gritaba desde abajo, exclamó a Moisés:
—¡Parece que hay guerra en el campamento!
18
Pero Moisés respondió:
—No, no son gritos de victoria ni lamentos de derrota. Oigo sonidos de celebración.
19
Cuando se acercaron al campamento, Moisés vio el becerro y las danzas, y ardió de enojo. Entonces tiró las tablas de piedra al suelo, las cuales se hicieron pedazos al pie del monte.
20
Tomó el becerro que habían hecho y lo quemó. Luego lo molió hasta hacerlo polvo, lo arrojó al agua y obligó a los israelitas a que la bebieran.
21
Por último, se dirigió a Aarón y le preguntó:
—¿Qué te hizo este pueblo para que lo llevaras a caer en un pecado tan grande?
22
—No te disgustes tanto, mi señor —contestó Aarón—. Tú sabes bien qué mala es esta gente.
23
Ellos me dijeron: “Haznos dioses que puedan guiarnos. No sabemos qué le sucedió a ese tipo, Moisés, el que nos trajo aquí desde la tierra de Egipto”.
24
Así que yo les dije: “Los que tengan joyas de oro, que se las quiten”. Cuando me las trajeron, no hice más que echarlas al fuego, ¡y salió este becerro!
25
Moisés vio que Aarón había permitido que el pueblo se descontrolara por completo y fuera el hazmerreír de sus enemigos.
26
Así que se paró a la entrada del campamento y gritó: «Todos los que estén de parte del Señor
, vengan aquí y únanse a mí». Y todos los levitas se juntaron alrededor de él.