7
Pero sus descendientes —los israelitas— tuvieron muchos hijos y nietos. De hecho, se multiplicaron tanto que llegaron a ser sumamente poderosos y llenaron todo el territorio.
8
Tiempo después, subió al poder de Egipto un nuevo rey que no conocía nada de José ni de sus hechos.
9
El rey le dijo a su pueblo: «Miren, el pueblo de Israel ahora es más numeroso y más fuerte que nosotros.
10
Tenemos que idear un plan para evitar que los israelitas sigan multiplicándose. Si no hacemos nada, y estalla una guerra, se aliarán con nuestros enemigos, pelearán contra nosotros, y luego se escaparán del reino».
11
Por lo tanto, los egipcios esclavizaron a los israelitas y les pusieron capataces despiadados a fin de subyugarlos por medio de trabajos forzados. Los obligaron a construir las ciudades de Pitón y Ramsés como centros de almacenamiento para el rey.
12
Sin embargo, cuanto más los oprimían, más los israelitas se multiplicaban y se esparcían, y tanto más se alarmaban los egipcios.
13
Por eso los egipcios los hacían trabajar sin compasión.
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Les amargaban la vida forzándolos a hacer mezcla, a fabricar ladrillos y a hacer todo el trabajo del campo. Además, eran crueles en todas sus exigencias.
15
Después, el faraón, rey de Egipto, dio la siguiente orden a las parteras hebreas Sifra y Puá:
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«Cuando ayuden a las mujeres hebreas en el parto, presten mucha atención durante el alumbramiento.
Si el bebé es niño, mátenlo; pero si es niña, déjenla vivir».
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Sin embargo, como las parteras temían a Dios, se negaron a obedecer las órdenes del rey, y también dejaron vivir a los varoncitos.