6
Con el tiempo, José y sus hermanos murieron y toda esa generación llegó a su fin.
7
Pero sus descendientes —los israelitas— tuvieron muchos hijos y nietos. De hecho, se multiplicaron tanto que llegaron a ser sumamente poderosos y llenaron todo el territorio.
8
Tiempo después, subió al poder de Egipto un nuevo rey que no conocía nada de José ni de sus hechos.
9
El rey le dijo a su pueblo: «Miren, el pueblo de Israel ahora es más numeroso y más fuerte que nosotros.
10
Tenemos que idear un plan para evitar que los israelitas sigan multiplicándose. Si no hacemos nada, y estalla una guerra, se aliarán con nuestros enemigos, pelearán contra nosotros, y luego se escaparán del reino».
11
Por lo tanto, los egipcios esclavizaron a los israelitas y les pusieron capataces despiadados a fin de subyugarlos por medio de trabajos forzados. Los obligaron a construir las ciudades de Pitón y Ramsés como centros de almacenamiento para el rey.
12
Sin embargo, cuanto más los oprimían, más los israelitas se multiplicaban y se esparcían, y tanto más se alarmaban los egipcios.
13
Por eso los egipcios los hacían trabajar sin compasión.
14
Les amargaban la vida forzándolos a hacer mezcla, a fabricar ladrillos y a hacer todo el trabajo del campo. Además, eran crueles en todas sus exigencias.
15
Después, el faraón, rey de Egipto, dio la siguiente orden a las parteras hebreas Sifra y Puá:
16
«Cuando ayuden a las mujeres hebreas en el parto, presten mucha atención durante el alumbramiento.
Si el bebé es niño, mátenlo; pero si es niña, déjenla vivir».
17
Sin embargo, como las parteras temían a Dios, se negaron a obedecer las órdenes del rey, y también dejaron vivir a los varoncitos.
18
Entonces el rey de Egipto mandó llamar a las parteras:
—¿Por qué hicieron esto? —les preguntó—. ¿Por qué dejaron con vida a los varones?
19
—Las mujeres hebreas no son como las egipcias —contestaron ellas—, son más vigorosas y dan a luz con tanta rapidez que siempre llegamos tarde.
20
Por eso Dios fue bueno con las parteras, y los israelitas siguieron multiplicándose, y se hicieron cada vez más poderosos.
21
Además, como las parteras temían a Dios, él les concedió su propia familia.
22
Entonces el faraón dio la siguiente orden a todo su pueblo: «Tiren al río Nilo a todo niño hebreo recién nacido; pero a las niñas pueden dejarlas con vida».