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Faltaban solo dos días para la Pascua y para la fiesta de los Panes sin levadura. Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley buscaban con artimañas cómo arrestar a Jesús para matarlo.
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Por eso decían: «No durante la fiesta, no sea que se amotine el pueblo».
3
En Betania, mientras estaba él sentado a la mesa en casa de Simón llamado el Leproso, llegó una mujer con un frasco de alabastro lleno de un perfume muy costoso, hecho de nardo puro. Rompió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús.
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Algunos de los presentes comentaban indignados:—¿Para qué este desperdicio de perfume?
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Podía haberse vendido por muchísimo dinero para darlo a los pobres.Y la reprendían con severidad.
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—Déjenla en paz —dijo Jesús—. ¿Por qué la molestan? Ella ha hecho una obra hermosa conmigo.
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A los pobres siempre los tendrán con ustedes, y podrán ayudarlos cuando quieran; pero a mí no me van a tener siempre.
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Ella hizo lo que pudo. Ungió mi cuerpo de antemano, preparándolo para la sepultura.
9
Les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique el evangelio, se contará también, en memoria de esta mujer, lo que ella hizo.
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Judas Iscariote, uno de los doce, fue a los jefes de los sacerdotes para entregarles a Jesús.
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Ellos se alegraron al oírlo, y prometieron darle dinero. Así que él buscaba la ocasión propicia para entregarlo.
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El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, cuando se acostumbraba sacrificar el cordero de la Pascua, los discípulos le preguntaron a Jesús:—¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas la Pascua?
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Él envió a dos de sus discípulos con este encargo:—Vayan a la ciudad y les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo,
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y allí donde entre díganle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la sala en la que pueda comer la Pascua con mis discípulos?”
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Él les mostrará en la planta alta una sala amplia, amueblada y arreglada. Preparen allí nuestra cena.
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Los discípulos salieron, entraron en la ciudad y encontraron todo tal y como les había dicho Jesús. Así que prepararon la Pascua.
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Al anochecer llegó Jesús con los doce.
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Mientras estaban sentados a la mesa comiendo, dijo:—Les aseguro que uno de ustedes, que está comiendo conmigo, me va a traicionar.
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Ellos se pusieron tristes, y uno tras otro empezaron a preguntarle:—¿Acaso seré yo?
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—Es uno de los doce —contestó—, uno que moja el pan conmigo en el plato.
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A la verdad, el Hijo del hombre se irá tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese hombre no haber nacido.
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Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a ellos, diciéndoles:—Tomen; esto es mi cuerpo.
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Después tomó una copa, dio gracias y se la dio a ellos, y todos bebieron de ella.
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—Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos —les dijo—.
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Les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta aquel día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios.
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Después de cantar los salmos, salieron al monte de los Olivos.
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—Todos ustedes me abandonarán —les dijo Jesús—, porque está escrito:»“Heriré al pastor,y se dispersarán las ovejas”.
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Pero después de que yo resucite, iré delante de ustedes a Galilea.
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—Aunque todos te abandonen, yo no —declaró Pedro.
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—Te aseguro —le contestó Jesús— que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante por segunda vez, me negarás tres veces.
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—Aunque tenga que morir contigo —insistió Pedro con vehemencia—, jamás te negaré.Y los demás dijeron lo mismo.
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Fueron a un lugar llamado Getsemaní, y Jesús les dijo a sus discípulos: «Siéntense aquí mientras yo oro».
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Se llevó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a sentir temor y tristeza.
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«Es tal la angustia que me invade que me siento morir —les dijo—. Quédense aquí y vigilen».
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Yendo un poco más allá, se postró en tierra y empezó a orar que, de ser posible, no tuviera él que pasar por aquella hora.
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Decía: «Abba, Padre, todo es posible para ti. No me hagas beber este trago amargo, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú».
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Luego volvió a sus discípulos y los encontró dormidos. «Simón —le dijo a Pedro—, ¿estás dormido? ¿No pudiste mantenerte despierto ni una hora?
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Vigilen y oren para que no caigan en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil».
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Una vez más se retiró e hizo la misma oración.
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Cuando volvió, los encontró dormidos otra vez, porque se les cerraban los ojos de sueño. No sabían qué decirle.
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Al volver por tercera vez, les dijo: «¿Siguen durmiendo y descansando? ¡Se acabó! Ha llegado la hora. Miren, el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores.
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¡Levántense! ¡Vámonos! ¡Ahí viene el que me traiciona!»
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Todavía estaba hablando Jesús cuando de repente llegó Judas, uno de los doce. Lo acompañaba una turba armada con espadas y palos, enviada por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos.
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El traidor les había dado esta contraseña: «Al que yo le dé un beso, ese es; arréstenlo y llévenselo bien asegurado».
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Tan pronto como llegó, Judas se acercó a Jesús.—¡Rabí! —le dijo, y lo besó.
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Entonces los hombres prendieron a Jesús.
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Pero uno de los que estaban ahí desenfundó la espada e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole una oreja.
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—¿Acaso soy un bandido —dijo Jesús—, para que vengan con espadas y palos a arrestarme?
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Día tras día estaba con ustedes, enseñando en el templo, y no me prendieron. Pero es preciso que se cumplan las Escrituras.
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Entonces todos lo abandonaron y huyeron.
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Cierto joven que se cubría con solo una sábana iba siguiendo a Jesús. Lo detuvieron,
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pero él soltó la sábana y escapó desnudo.
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Llevaron a Jesús ante el sumo sacerdote y se reunieron allí todos los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley.
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Pedro lo siguió de lejos hasta dentro del patio del sumo sacerdote. Allí se sentó con los guardias, y se calentaba junto al fuego.
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Los jefes de los sacerdotes y el Consejo en pleno buscaban alguna prueba contra Jesús para poder condenarlo a muerte, pero no la encontraban.
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Muchos testificaban falsamente contra él, pero sus declaraciones no coincidían.
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Entonces unos decidieron dar este falso testimonio contra él:
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—Nosotros le oímos decir: “Destruiré este templo hecho por hombres y en tres días construiré otro, no hecho por hombres”.
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Pero ni aun así concordaban sus declaraciones.
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Poniéndose de pie en el medio, el sumo sacerdote interrogó a Jesús:—¿No tienes nada que contestar? ¿Qué significan estas denuncias en tu contra?
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Pero Jesús se quedó callado y no contestó nada.—¿Eres el Cristo, el Hijo del Bendito? —le preguntó de nuevo el sumo sacerdote.
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—Sí, yo soy —dijo Jesús—. Y ustedes verán al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y viniendo en las nubes del cielo.
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—¿Para qué necesitamos más testigos? —dijo el sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras—.
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¡Ustedes han oído la blasfemia! ¿Qué les parece?Todos ellos lo condenaron como digno de muerte.
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Algunos comenzaron a escupirle; le vendaron los ojos y le daban puñetazos.—¡Profetiza! —le gritaban.Los guardias también le daban bofetadas.
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Mientras Pedro estaba abajo en el patio, pasó una de las criadas del sumo sacerdote.
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Cuando vio a Pedro calentándose, se fijó en él.—Tú también estabas con ese nazareno, con Jesús —le dijo ella.
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Pero él lo negó:—No lo conozco. Ni siquiera sé de qué estás hablando.Y salió afuera, a la entrada.
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Cuando la criada lo vio allí, les dijo de nuevo a los presentes:—Este es uno de ellos.
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Él lo volvió a negar.Poco después, los que estaban allí le dijeron a Pedro:—Seguro que tú eres uno de ellos, pues eres galileo.
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Él comenzó a echarse maldiciones.—¡No conozco a ese hombre del que hablan! —les juró.
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Al instante un gallo cantó por segunda vez. Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho: «Antes de que el gallo cante por segunda vez, me negarás tres veces». Y se echó a llorar.