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Un día, mientras Jesús enseñaba al pueblo en el templo y les predicaba el evangelio, se le acercaron los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, junto con los ancianos.
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—Dinos con qué autoridad haces esto —lo interrogaron—. ¿Quién te dio esa autoridad?
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—Yo también voy a hacerles una pregunta a ustedes —replicó él—. Díganme:
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El bautismo de Juan, ¿procedía del cielo o de la tierra?
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Ellos, pues, lo discutieron entre sí: «Si respondemos: “Del cielo”, nos dirá: “¿Por qué no le creyeron?”
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Pero si decimos: “De la tierra”, todo el pueblo nos apedreará, porque están convencidos de que Juan era un profeta».Así que le respondieron:
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—No sabemos de dónde era.
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—Pues yo tampoco les voy a decir con qué autoridad hago esto.
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Pasó luego a contarle a la gente esta parábola:—Un hombre plantó un viñedo, se lo arrendó a unos labradores y se fue de viaje por largo tiempo.
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Llegada la cosecha, mandó un siervo a los labradores para que le dieran parte de la cosecha. Pero los labradores lo golpearon y lo despidieron con las manos vacías.
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Les envió otro siervo, pero también a este lo golpearon, lo humillaron y lo despidieron con las manos vacías.
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Entonces envió un tercero, pero aun a este lo hirieron y lo expulsaron.
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»Entonces pensó el dueño del viñedo: “¿Qué voy a hacer? Enviaré a mi hijo amado; seguro que a él sí lo respetarán”.
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Pero cuando lo vieron los labradores, trataron el asunto. “Este es el heredero —dijeron—. Matémoslo, y la herencia será nuestra”.
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Así que lo arrojaron fuera del viñedo y lo mataron.»¿Qué les hará el dueño?
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Volverá, acabará con esos labradores y dará el viñedo a otros.Al oír esto, la gente exclamó:—¡Dios no lo quiera!
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Mirándolos fijamente, Jesús les dijo:—Entonces, ¿qué significa esto que está escrito:»“La piedra que desecharon los constructoresha llegado a ser la piedra angular”?
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Todo el que caiga sobre esa piedra quedará despedazado, y si ella cae sobre alguien, lo hará polvo.
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Los maestros de la ley y los jefes de los sacerdotes, cayendo en cuenta que la parábola iba dirigida contra ellos, buscaron la manera de echarle mano en aquel mismo momento. Pero temían al pueblo.
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Entonces, para acecharlo, enviaron espías que fingían ser gente honorable. Pensaban atrapar a Jesús en algo que él dijera, y así poder entregarlo a la jurisdicción del gobernador.
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—Maestro —dijeron los espías—, sabemos que lo que dices y enseñas es correcto. No juzgas por las apariencias, sino que de verdad enseñas el camino de Dios.
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¿Nos está permitido pagar impuestos al césar o no?
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Pero Jesús, dándose cuenta de sus malas intenciones, replicó:
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—Muéstrenme una moneda romana. ¿De quién son esta imagen y esta inscripción?—Del césar —contestaron.
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—Entonces denle al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios.
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No pudieron atraparlo en lo que decía en público. Así que, admirados de su respuesta, se callaron.
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Luego, algunos de los saduceos, que decían que no hay resurrección, se acercaron a Jesús y le plantearon un problema:
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—Maestro, Moisés nos enseñó en sus escritos que si un hombre muere y deja a la viuda sin hijos, el hermano de ese hombre tiene que casarse con la viuda para que su hermano tenga descendencia.
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Pues bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin dejar hijos.
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Entonces el segundo
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y el tercero se casaron con ella, y así sucesivamente murieron los siete sin dejar hijos.
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Por último, murió también la mujer.
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Ahora bien, en la resurrección, ¿de cuál será esposa esta mujer, ya que los siete estuvieron casados con ella?
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—La gente de este mundo se casa y se da en casamiento —les contestó Jesús—.
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Pero en cuanto a los que sean dignos de tomar parte en el mundo venidero por la resurrección: esos no se casarán ni serán dados en casamiento,
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ni tampoco podrán morir, pues serán como los ángeles. Son hijos de Dios porque toman parte en la resurrección.
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Pero que los muertos resucitan lo dio a entender Moisés mismo en el pasaje sobre la zarza, pues llama al Señor “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”.
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Él no es Dios de muertos, sino de vivos; en efecto, para él todos ellos viven.
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Algunos de los maestros de la ley le respondieron:—¡Bien dicho, Maestro!
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Y ya no se atrevieron a hacerle más preguntas.
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Pero Jesús les preguntó:—¿Cómo es que dicen que el Cristo es hijo de David?
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David mismo declara en el libro de los Salmos:»“Dijo el Señor a mi Señor:‘Siéntate a mi derecha,
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hasta que ponga a tus enemigospor estrado de tus pies’”.
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David lo llama “Señor”. ¿Cómo puede entonces ser su hijo?
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Mientras todo el pueblo lo escuchaba, Jesús les dijo a sus discípulos:
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—Cuídense de los maestros de la ley. Les gusta pasearse con ropas ostentosas y les encanta que los saluden en las plazas, y ocupar el primer puesto en las sinagogas y los lugares de honor en los banquetes.
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Devoran los bienes de las viudas y a la vez hacen largas plegarias para impresionar a los demás. Estos recibirán peor castigo.