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Entonces José se abrazó al cuerpo de su padre y, llorando, lo besó.
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Luego ordenó a los médicos a su servicio que embalsamaran el cuerpo, y así lo hicieron.
3
El proceso para embalsamarlo tardó unos cuarenta días, que es el tiempo requerido. Los egipcios, por su parte, guardaron luto por Israel durante setenta días.
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Pasados los días de duelo, José se dirigió así a los miembros de la corte del faraón:—Si me he ganado el respeto de la corte, díganle por favor al faraón
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que mi padre, antes de morirse, me hizo jurar que yo lo sepultaría en la tumba que él mismo se preparó en la tierra de Canaán. Por eso le ruego encarecidamente me permita ir a sepultar a mi padre, y luego volveré.
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El faraón le respondió:—Ve a sepultar a tu padre, conforme a la promesa que te pidió hacerle.
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José fue a sepultar a su padre, y lo acompañaron los servidores del faraón, es decir, los ancianos de su corte y todos los ancianos de Egipto.
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A estos se sumaron todos los familiares de José, es decir, sus hermanos y los de la casa de Jacob. En la región de Gosén dejaron únicamente a los niños y a los animales.
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También salieron con él carros y jinetes, formando así un cortejo muy grande.
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Al llegar a la era de Hatad, que está cerca del río Jordán, hicieron grandes y solemnes lamentaciones. Allí José guardó luto por su padre durante siete días.
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Cuando los cananeos que vivían en esa región vieron en la era de Hatad aquellas manifestaciones de duelo, dijeron: «Los egipcios están haciendo un duelo muy solemne». Por eso al lugar, que está cerca del Jordán, lo llamaron Abel Misrayin.
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Los hijos de Jacob hicieron con su padre lo que él les había pedido:
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lo llevaron a la tierra de Canaán y lo sepultaron en la cueva que está en el campo de Macpela, frente a Mamré, en el mismo campo que Abraham le había comprado a Efrón el hitita para sepultura de la familia.
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Luego de haber sepultado a su padre, José regresó a Egipto junto con sus hermanos y con toda la gente que lo había acompañado.
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Al reflexionar sobre la muerte de su padre, los hermanos de José concluyeron: «Tal vez José nos guarde rencor, y ahora quiera vengarse de todo el mal que le hicimos».
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Por eso le mandaron a decir: «Antes de morir tu padre, dejó estas instrucciones:
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“Díganle a José que perdone, por favor, la terrible maldad que sus hermanos cometieron contra él”. Así que, por favor, perdona la maldad de los siervos del Dios de tu padre».Cuando José escuchó estas palabras, se echó a llorar.
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Luego sus hermanos se presentaron ante José, se inclinaron delante de él y le dijeron:—Aquí nos tienes; somos tus esclavos.
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—No tengan miedo —les contestó José—. ¿Puedo acaso tomar el lugar de Dios?
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Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente.
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Así que, ¡no tengan miedo! Yo cuidaré de ustedes y de sus hijos.Y así, con el corazón en la mano, José los reconfortó.
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José y la familia de su padre permanecieron en Egipto. Alcanzó la edad de ciento diez años,
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y llegó a ver nacer a los hijos de Efraín hasta la tercera generación. Además, cuando nacieron los hijos de Maquir, hijo de Manasés, él los recibió sobre sus rodillas.
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Tiempo después, José les dijo a sus hermanos: «Yo estoy a punto de morir, pero sin duda Dios vendrá a ayudarlos, y los llevará de este país a la tierra que prometió a Abraham, Isaac y Jacob».
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Entonces José hizo que sus hijos le prestaran juramento. Les dijo: «Sin duda Dios vendrá a ayudarlos. Cuando esto ocurra, ustedes deberán llevarse de aquí mis huesos».
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José murió en Egipto a los ciento diez años de edad. Una vez que lo embalsamaron, lo pusieron en un ataúd.