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Cuando Salomón terminó de construir el templo del SEÑOR y el palacio real, cumpliendo así todos sus propósitos y deseos,
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el SEÑOR se le apareció por segunda vez, como lo había hecho en Gabaón,
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y le dijo:«He oído la oración y la súplica que me has hecho. Consagro este templo que tú has construido para que yo habite en él por siempre. Mis ojos y mi corazón siempre estarán allí.
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»En cuanto a ti, si me sigues con integridad y rectitud de corazón, como lo hizo tu padre David, y me obedeces en todo lo que yo te ordene y cumples mis decretos y leyes,
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yo afirmaré para siempre tu trono en el reino de Israel, como le prometí a tu padre David cuando le dije: “Nunca te faltará un descendiente en el trono de Israel”.
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»Pero si ustedes o sus hijos dejan de cumplir los mandamientos y decretos que les he dado, y se apartan de mí para servir y adorar a otros dioses,
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yo arrancaré a Israel de la tierra que le he dado y repudiaré el templo que he consagrado en mi honor. Entonces Israel será el hazmerreír de todos los pueblos.
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Y aunque ahora este templo es imponente, llegará el día en que todo el que pase frente a él quedará asombrado y, en son de burla, preguntará: “¿Por qué el SEÑOR ha tratado así a este país y a este templo?”
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Y le responderán: “Porque abandonaron al SEÑOR su Dios, que sacó de Egipto a sus antepasados, los israelitas, y se echaron en los brazos de otros dioses, a los cuales adoraron y sirvieron. Por eso el SEÑOR ha dejado que les sobrevenga tanto desastre”».
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Veinte años tardó el rey Salomón en construir los dos edificios, es decir, el templo del SEÑOR y el palacio real,
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después de lo cual le dio a Hiram, rey de Tiro, veinte ciudades en Galilea, porque Hiram lo había abastecido con todo el cedro, el pino y el oro que quiso.
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Sin embargo, cuando Hiram salió de Tiro y fue a ver las ciudades que Salomón le había dado, no quedó satisfecho con ellas.
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«Hermano mío —protestó Hiram—, ¿qué clase de ciudades son estas que me has dado?» De modo que llamó a esa región Cabul, nombre que conserva hasta hoy.
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Hiram, por su parte, le había enviado a Salomón tres mil novecientos sesenta kilos de oro.
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En cuanto al trabajo forzado, el rey Salomón reunió trabajadores para construir el templo del SEÑOR, su propio palacio, los terraplenes, el muro de Jerusalén, y Jazor, Meguido y Guézer.
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El faraón, rey de Egipto, había atacado y tomado Guézer a sangre y fuego, matando a sus habitantes cananeos. Luego, como regalo de bodas, le dio esta ciudad a su hija, la esposa de Salomón.
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Por eso Salomón reconstruyó las ciudades de Guézer, Bet Jorón la de abajo,
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Balat y Tadmor, en el desierto del país,
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así como todos sus lugares de almacenamiento, los cuarteles para sus carros de combate y para su caballería, y cuanto quiso construir en Jerusalén, en el Líbano y en todo el territorio bajo su dominio.
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A los descendientes de los pueblos no israelitas (es decir, a los amorreos, hititas, ferezeos, heveos y jebuseos, pueblos que quedaron en el país porque los israelitas no pudieron destruirlos), Salomón los sometió a trabajos forzados, y así continúan hasta el día de hoy.
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Pero a los israelitas Salomón no los convirtió en esclavos, sino que le servían como soldados, ministros, comandantes, oficiales de carros de combate y jefes de caballería.
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Salomón tenía además quinientos cincuenta capataces que supervisaban a sus trabajadores en la obra.
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Los terraplenes se hicieron después de que la hija del faraón se trasladó de la Ciudad de David al palacio que Salomón le había construido.
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Tres veces al año Salomón presentaba holocaustos y sacrificios de comunión sobre el altar que él había construido para el SEÑOR, y al mismo tiempo quemaba incienso en su presencia. Así cumplía con las obligaciones del templo.
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El rey Salomón también construyó una flota naviera en Ezión Guéber, cerca de Elat en Edom, a orillas del Mar Rojo.
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Hiram envió a algunos de sus oficiales, que eran marineros expertos, para servir en la flota con los oficiales de Salomón,
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y ellos se hicieron a la mar y llegaron a Ofir, de donde volvieron con unos catorce mil kilos de oro, que le entregaron al rey Salomón.