3
porque envidiaba a los orgullosos
cuando los veía prosperar a pesar de su maldad.
4
Pareciera que viven sin problemas;
tienen el cuerpo tan sano y fuerte.
5
No tienen dificultades como otras personas;
no están llenos de problemas como los demás.
6
Lucen su orgullo como un collar de piedras preciosas
y se visten de crueldad.
7
¡Estos gordos ricachones tienen todo
lo que su corazón desea!
8
Se burlan y hablan solo maldades;
en su orgullo procuran aplastar a otros.
9
Se jactan contra los cielos mismos,
y sus palabras se pasean presuntuosas por toda la tierra.
10
Entonces la gente se desanima y se confunde,
al tragarse todas esas palabras.
11
«¿Y qué sabe Dios? —preguntan—.
¿Acaso el Altísimo sabe lo que está pasando?».
12
Miren a esos perversos:
disfrutan de una vida fácil mientras sus riquezas se multiplican.
13
¿Conservé puro mi corazón en vano?
¿Me mantuve en inocencia sin ninguna razón?
14
En todo el día no consigo más que problemas;
cada mañana me trae dolor.
15
Si yo realmente hubiera hablado a otros de esta manera,
habría sido un traidor a tu pueblo.
16
Traté de entender por qué los malvados prosperan,
¡pero qué tarea tan difícil!
17
Entonces entré en tu santuario, oh Dios,
y por fin entendí el destino de los perversos.
18
En verdad, los pones en un camino resbaladizo
y haces que se deslicen por el precipicio hacia su ruina.
19
Al instante quedan destruidos,
totalmente consumidos por los terrores.
20
Cuando te levantes, oh Señor,
te reirás de sus tontas ideas
como uno se ríe por la mañana de lo que soñó en la noche.
21
Entonces me di cuenta de que mi corazón se llenó de amargura,
y yo estaba destrozado por dentro.
22
Fui tan necio e ignorante,
debo haberte parecido un animal sin entendimiento.
23
Sin embargo, todavía te pertenezco;
me tomas de la mano derecha.
24
Me guías con tu consejo
y me conduces a un destino glorioso.
25
¿A quién tengo en el cielo sino a ti?
Te deseo más que cualquier cosa en la tierra.
26
Puede fallarme la salud y debilitarse mi espíritu,
pero Dios sigue siendo la fuerza de mi corazón;
él es mío para siempre.
27
Los que lo abandonen, perecerán,
porque tú destruyes a los que se alejan de ti.
28
En cuanto a mí, ¡qué bueno es estar cerca de Dios!
Hice al Señor
Soberano mi refugio,
y a todos les contaré las maravillas que haces.