8
Por eso nunca puedo dejar de alabarte;
todo el día declaro tu gloria.
9
Y ahora, en mi vejez, no me hagas a un lado;
no me abandones cuando me faltan las fuerzas.
10
Pues mis enemigos murmuran contra mí
y juntos confabulan matarme.
11
Dicen: «Dios lo ha abandonado.
Vayamos y agarrémoslo,
porque ahora nadie lo ayudará».
12
Oh Dios, no te quedes lejos;
Dios mío, por favor, apresúrate a ayudarme.
13
Trae deshonra y destrucción a los que me acusan;
humilla y avergüenza a los que quieren hacerme daño.
14
Seguiré con la esperanza de tu ayuda;
te alabaré más y más.
15
A todos les hablaré de tu justicia;
todo el día proclamaré tu poder salvador,
aunque no tengo facilidad de palabras.
16
Alabaré tus obras poderosas, oh Señor
Soberano,
y les contaré a todos que solo tú eres justo.
17
Oh Dios, tú me has enseñado desde mi tierna infancia,
y yo siempre les cuento a los demás acerca de tus hechos maravillosos.
18
Ahora que estoy viejo y canoso,
no me abandones, oh Dios.
Permíteme proclamar tu poder a esta nueva generación,
tus milagros poderosos a todos los que vienen después de mí.
19
Tu justicia, oh Dios, alcanza los cielos más altos;
¡has hecho cosas tan maravillosas!
¿Quién se compara contigo, oh Dios?
20
Has permitido que sufra muchas privaciones,
pero volverás a darme vida
y me levantarás de las profundidades de la tierra.
21
Me restaurarás incluso a mayor honor
y me consolarás una vez más.
22
Entonces te alabaré con música de arpa,
porque eres fiel a tus promesas, oh mi Dios.
Te cantaré alabanzas con la lira,
oh Santo de Israel.
23
Gritaré de alegría y cantaré tus alabanzas,
porque me redimiste.
24
Todo el día
hablaré de tus justas acciones,
porque todos los que trataron de hacerme daño
fueron humillados y avergonzados.