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Jesús les dijo:
—¿Con qué? —preguntaron—. ¡Tendríamos que trabajar durante meses para ganar suficiente
a fin de comprar comida para toda esta gente!
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—preguntó—.
Ellos regresaron e informaron:
—Tenemos cinco panes y dos pescados.
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Entonces Jesús les dijo a los discípulos que sentaran a la gente en grupos sobre la hierba verde.
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Así que se sentaron en grupos de cincuenta y de cien.
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Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, miró hacia el cielo y los bendijo. Luego, a medida que partía los panes en trozos, se los daba a sus discípulos para que los distribuyeran entre la gente. También dividió los pescados para que cada persona tuviera su porción.
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Todos comieron cuanto quisieron,
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y después los discípulos juntaron doce canastas con lo que sobró de pan y pescado.
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¡Un total de cinco mil hombres y sus familias se alimentaron de esos panes!
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Jesús camina sobre el agua
Inmediatamente después, Jesús insistió en que sus discípulos regresaran a la barca y comenzaran a cruzar el lago hacia Betsaida mientras él enviaba a la gente a casa.
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Después de despedirse de la gente, subió a las colinas para orar a solas.
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Muy tarde esa misma noche, los discípulos estaban en la barca en medio del lago y Jesús estaba en tierra, solo.
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Jesús vio que ellos se encontraban en serios problemas, pues remaban con mucha fuerza y luchaban contra el viento y las olas. A eso de las tres de la madrugada,
Jesús se acercó a ellos caminando sobre el agua. Su intención era pasarlos de largo,
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pero cuando los discípulos lo vieron caminar sobre el agua, gritaron de terror pues pensaron que era un fantasma.
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Todos quedaron aterrados al verlo.
Pero Jesús les habló de inmediato:
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Entonces subió a la barca, y el viento se detuvo. Ellos estaban totalmente asombrados
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porque todavía no entendían el significado del milagro de los panes. Tenían el corazón demasiado endurecido para comprenderlo.
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Después de cruzar el lago, arribaron a Genesaret. Llevaron la barca hasta la orilla
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y bajaron. Los habitantes reconocieron a Jesús enseguida
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y corrieron por toda la región llevando a los enfermos en camillas hasta donde oían que él estaba.
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Por donde iba —fueran aldeas, ciudades o granjas— le llevaban enfermos a las plazas. Le suplicaban que permitiera a los enfermos tocar al menos el fleco de su túnica, y todos los que tocaban a Jesús eran sanados.