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Levántense, vamos. ¡Miren, el que me traiciona ya está aquí!».
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Traicionan y arrestan a Jesús
En ese mismo instante, mientras Jesús todavía hablaba, llegó Judas, uno de los doce discípulos, junto con una multitud de hombres armados con espadas y palos. Los habían enviado los principales sacerdotes, los maestros de la ley religiosa y los ancianos.
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El traidor, Judas, había acordado previamente con ellos una señal: «Sabrán a cuál arrestar cuando yo lo salude con un beso. Entonces podrán llevárselo bajo custodia».
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En cuanto llegaron, Judas se acercó a Jesús. «¡Rabí!»
—exclamó, y le dio el beso.
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Entonces los otros agarraron a Jesús y lo arrestaron;
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pero uno de los hombres que estaban con Jesús sacó su espada e hirió al esclavo del sumo sacerdote cortándole una oreja.
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Jesús les preguntó:
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¿Por qué no me arrestaron en el templo? Estuve enseñando allí entre ustedes todos los días. Pero estas cosas suceden para que se cumpla lo que dicen las Escrituras acerca de mí».
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Entonces todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron.
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Un joven que los seguía sólo llevaba puesta una camisa de noche de lino. Cuando la turba intentó agarrarlo,
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su camisa de noche se deslizó y huyó desnudo.
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Jesús ante el Concilio
Llevaron a Jesús a la casa del sumo sacerdote, donde se habían reunido los principales sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley religiosa.
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Mientras tanto, Pedro lo siguió de lejos y entró directamente al patio del sumo sacerdote. Allí se sentó con los guardias para calentarse junto a la fogata.
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Adentro, los principales sacerdotes y todo el Concilio Supremo
intentaban encontrar pruebas contra Jesús para poder ejecutarlo, pero no pudieron encontrar ninguna.
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Había muchos falsos testigos que hablaban en contra de él, pero todos se contradecían.
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Finalmente unos hombres se pusieron de pie y dieron el siguiente falso testimonio:
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«Nosotros lo oímos decir: “Yo destruiré este templo hecho con manos humanas y en tres días construiré otro, no hecho con manos humanas”».
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¡Pero aun así sus relatos no coincidían!
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Entonces el sumo sacerdote se puso de pie ante todos y le preguntó a Jesús: «Bien, ¿no vas a responder a estos cargos? ¿Qué tienes que decir a tu favor?».
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Pero Jesús se mantuvo callado y no contestó. Entonces el sumo sacerdote le preguntó:
—¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?
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Jesús dijo:
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Entonces el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras en señal de horror y dijo: «¿Para qué necesitamos más testigos?
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Todos han oído la blasfemia que dijo. ¿Cuál es el veredicto?».
«¡Culpable! —gritaron todos—. ¡Merece morir!».
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Entonces algunos comenzaron a escupirle, y le vendaron los ojos y le daban puñetazos. «¡Profetízanos!», se burlaban. Y los guardias lo abofeteaban mientras se lo llevaban.
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Pedro niega a Jesús
Mientras tanto, Pedro estaba abajo, en el patio. Una de las sirvientas que trabajaba para el sumo sacerdote pasó
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y vio que Pedro se calentaba junto a la fogata. Se quedó mirándolo y dijo:
—Tú eres uno de los que estaban con Jesús de Nazaret.
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Pero Pedro lo negó y dijo:
—No sé de qué hablas.
Y salió afuera, a la entrada. En ese instante, cantó un gallo.
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Cuando la sirvienta vio a Pedro parado allí, comenzó a decirles a los otros: «¡No hay duda de que este hombre es uno de ellos!».
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Pero Pedro lo negó otra vez.
Un poco más tarde, algunos de los otros que estaban allí confrontaron a Pedro y dijeron:
—Seguro que tú eres uno de ellos, porque eres galileo.
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Pedro juró:
—¡Que me caiga una maldición si les miento! ¡No conozco a ese hombre del que hablan!
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Inmediatamente, el gallo cantó por segunda vez.
De repente, las palabras de Jesús pasaron rápidamente por la mente de Pedro:
y se echó a llorar.