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pero el ángel los tranquilizó. «No tengan miedo —dijo—. Les traigo buenas noticias que darán gran alegría a toda la gente.
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¡El Salvador —sí, el Mesías, el Señor— ha nacido hoy en Belén, la ciudad de David!
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Y lo reconocerán por la siguiente señal: encontrarán a un niño envuelto en tiras de tela, acostado en un pesebre».
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De pronto, se unió a ese ángel una inmensa multitud —los ejércitos celestiales— que alababan a Dios y decían:
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«Gloria a Dios en el cielo más alto
y paz en la tierra para aquellos en quienes Dios se complace».
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Cuando los ángeles regresaron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «¡Vayamos a Belén! Veamos esto que ha sucedido y que el Señor nos anunció».
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Fueron de prisa a la aldea y encontraron a María y a José. Y allí estaba el niño, acostado en el pesebre.
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Después de verlo, los pastores contaron a todos lo que había sucedido y lo que el ángel les había dicho acerca del niño.
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Todos los que escucharon el relato de los pastores quedaron asombrados,
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pero María guardaba todas estas cosas en el corazón y pensaba en ellas con frecuencia.
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Los pastores regresaron a sus rebaños, glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído. Todo sucedió tal como el ángel les había dicho.
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Presentación de Jesús en el templo
Ocho días después, cuando el bebé fue circuncidado, le pusieron por nombre Jesús, el nombre que había dado el ángel aun antes de que el niño fuera concebido.
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Luego llegó el tiempo para la ofrenda de purificación, como exigía la ley de Moisés después del nacimiento de un niño; así que sus padres lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor.
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La ley del Señor dice: «Si el primer hijo de una mujer es varón, habrá que dedicarlo al Señor
»
.
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Así que ellos ofrecieron el sacrificio requerido en la ley del Señor, que consistía en «un par de tórtolas o dos pichones de paloma»
.
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Profecía de Simeón
En ese tiempo, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era justo y devoto, y esperaba con anhelo que llegara el Mesías y rescatara a Israel. El Espíritu Santo estaba sobre él
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y le había revelado que no moriría sin antes ver al Mesías del Señor.
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Ese día, el Espíritu lo guió al templo. De manera que, cuando María y José llegaron para presentar al bebé Jesús ante el Señor como exigía la ley,
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Simeón estaba allí. Tomó al niño en sus brazos y alabó a Dios diciendo:
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«Señor Soberano, permite ahora que tu siervo muera en paz,
como prometiste.
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He visto tu salvación,