49
Mis lágrimas corren sin cesar;
no pararán
50
hasta que el Señor
mire
desde el cielo y vea.
51
Se me destroza el corazón
por el destino de todas las mujeres de Jerusalén.
52
Mis enemigos, a quienes nunca les hice daño,
me persiguen como a un pájaro.
53
Me arrojaron a un hoyo
y dejaron caer piedras sobre mí.
54
El agua subió hasta cubrir mi cabeza
y yo exclamé: «¡Este es el fin!».
55
Pero desde lo profundo del hoyo
invoqué tu nombre, Señor
.
56
Me oíste cuando clamé: «¡Escucha mi ruego!
¡Oye mi grito de socorro!».
57
Así fue, cuando llamé tú viniste;
me dijiste: «No tengas miedo».
58
¡Señor, tú eres mi abogado! ¡Defiende mi caso!
Pues has redimido mi vida.
59
Viste el mal que me hicieron, Señor
;
sé mi juez y demuestra que tengo razón.