15
Él me llenó de amargura
y me dio a beber una copa amarga de dolor.
16
Me hizo masticar piedras;
me revolcó en el polvo.
17
Me arrebató la paz
y ya no recuerdo qué es la prosperidad.
18
Yo exclamo: «¡Mi esplendor ha desaparecido!
¡Se perdió todo lo que yo esperaba del Señor
!».
19
Recordar mi sufrimiento y no tener hogar
es tan amargo que no encuentro palabras.
20
Siempre tengo presente este terrible tiempo
mientras me lamento por mi pérdida.
21
No obstante, aún me atrevo a tener esperanza
cuando recuerdo lo siguiente:
22
¡el fiel amor del Señor
nunca se acaba!
Sus misericordias jamás terminan.
23
Grande es su fidelidad;
sus misericordias son nuevas cada mañana.
24
Me digo: «El Señor
es mi herencia,
por lo tanto, ¡esperaré en él!».
25
El Señor
es bueno con los que dependen de él,
con aquellos que lo buscan.
26
Por eso es bueno esperar en silencio
la salvación que proviene del Señor
.
27
Y es bueno que todos se sometan desde temprana edad
al yugo de su disciplina:
28
que se queden solos en silencio
bajo las exigencias del Señor
.
29
Que se postren rostro en tierra
pues quizá por fin haya esperanza.
30
Que vuelvan la otra mejilla a aquellos que los golpean
y que acepten los insultos de sus enemigos.
31
Pues el Señor no abandona
a nadie para siempre.
32
Aunque trae dolor, también muestra compasión
debido a la grandeza de su amor inagotable.
33
Pues él no se complace en herir a la gente
o en causarles dolor.
34
Si la gente pisotea
a todos los prisioneros de la tierra,
35
si privan a otros de sus derechos,
desafiando al Altísimo,