18
Cuando el sacerdote vio que los hombres se llevaban todos los objetos sagrados del santuario de Micaía, les dijo:
—¿Qué hacen?
19
—Cállate y ven con nosotros —le dijeron—. Sé un padre y sacerdote para todos nosotros. ¿Acaso no es mejor ser el sacerdote de toda una tribu y un clan de Israel, que de la casa de un solo hombre?
20
Entonces el joven sacerdote estuvo más que dispuesto a ir con ellos, y se llevó consigo el efod sagrado, los ídolos de familia y la imagen tallada.
21
El grupo dio la vuelta y siguió su viaje con sus hijos, el ganado y las posesiones al frente.
22
Cuando los de la tribu de Dan estaban ya bastante lejos de la casa de Micaía, los vecinos de Micaía salieron a perseguirlos.
23
Estaban gritando cuando los alcanzaron. Entonces los hombres de Dan se dieron vuelta y le dijeron a Micaía:
—¿Qué te pasa? ¿Por qué has reunido a estos hombres y nos persiguen de esta forma?
24
—¿Cómo me preguntan: “¿Qué te pasa?” —contestó Micaía—. ¡Ustedes se han llevado todos los dioses que yo hice y a mi sacerdote, y no me queda nada!
25
Los hombres de Dan le dijeron:
—¡Ten cuidado con lo que dices! Por aquí hay unos hombres de mal genio que podrían enojarse y matarte a ti y a tu familia.
26
Así que los hombres de Dan siguieron su camino. Cuando Micaía vio que eran demasiados para atacarlos, dio la vuelta y regresó a su casa.
27
Luego los hombres de Dan, con los ídolos de Micaía y su sacerdote, llegaron a la ciudad de Lais, donde los habitantes eran pacíficos y vivían seguros. Entonces los atacaron con espadas y quemaron la ciudad hasta reducirla a cenizas.
28
No hubo quien rescatara a los habitantes porque vivían a gran distancia de Sidón y no tenían aliados cerca. Esto sucedió en el valle cerca de Bet-rehob.
Después la gente de la tribu de Dan reconstruyó la ciudad para vivir allí