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Betania quedaba solo a unos pocos kilómetros
de Jerusalén,
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y muchos se habían acercado para consolar a Marta y a María por la pérdida de su hermano.
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Cuando Marta se enteró de que Jesús estaba por llegar, salió a su encuentro, pero María se quedó en la casa.
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Marta le dijo a Jesús:
—Señor, si tan solo hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto;
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pero aun ahora, yo sé que Dios te dará todo lo que pidas.
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Jesús le dijo:
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—Es cierto —respondió Marta—, resucitará cuando resuciten todos, en el día final.
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Jesús le dijo:
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Todo el que vive en mí y cree en mí jamás morirá. ¿Lo crees, Marta?
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—Sí, Señor —le dijo ella—. Siempre he creído que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que ha venido de Dios al mundo.
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Luego Marta regresó adonde estaba María y los que se lamentaban. La llamó aparte y le dijo: «El Maestro está aquí y quiere verte».
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Entonces María salió enseguida a su encuentro.
30
Jesús todavía estaba fuera de la aldea, en el lugar donde se había encontrado con Marta.
31
Cuando los que estaban en la casa consolando a María la vieron salir con tanta prisa, creyeron que iba a la tumba de Lázaro a llorar. Así que la siguieron.
32
Cuando María llegó y vio a Jesús, cayó a sus pies y dijo:
—Señor, si tan solo hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
33
Cuando Jesús la vio llorando y vio que los demás se lamentaban con ella, se enojó en su interior
y se conmovió profundamente.
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—les preguntó.
Ellos le dijeron:
—Señor, ven a verlo.
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Entonces Jesús lloró.
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Las personas que estaban cerca dijeron: «¡Miren cuánto lo amaba!».
37
Pero otros decían: «Este hombre sanó a un ciego. ¿Acaso no podía impedir que Lázaro muriera?».
38
Jesús todavía estaba enojado cuando llegó a la tumba, una cueva con una piedra que tapaba la entrada.